INTRODUCCIÓN
Hablar de libertad en Spinoza, de
entrada, y a la luz de su pensamiento, puede parecer, como poco, desconcertante
y contradictorio. Sobre todo teniendo en cuenta su panteísmo, su negación de la
libertad de la voluntad, y su concepción de Dios como un ser impersonal.
Pero si nos dejamos llevar de su
mano, y junto a él nos adentramos en su filosofía, que no es otra que una
filosofía de la vida, para la vida, una filosofía que puede que no sea la más
perfecta, pero si una filosofía verdadera, y, si finalmente nos despojamos del sentido, comúnmente
aceptado, de la libertad, para acercarnos a una libertad basada en la razón, en
el conocimiento, veremos que la libertad sí puede ser compatible en Spinoza.
Veremos, pues, cómo en Spinoza, la
libertad está ligada al conocimiento, siendo éste condición de aquélla. Este conocimiento, de suyo,
le hace entender su determinación a ser lo que la naturaleza le ha dispuesto. Si
esto es así, la coacción desaparecería y la razón sería libertad. Y cómo todo
lo determina Dios, obedecerlo sería, por tanto, libertad. El hombre, pues, no
es libre, ni el mundo tiene una finalidad; todo es necesario y está determinado
causalmente. El hombre es esclavo porque se cree libre y se ve arrastrado por
la necesidad. Por ello, sólo cabe un modo de libertad: el conocimiento.
Cuando el hombre sabe lo que es,
sabe de su “no-libertad”, y no se siente obligado o coaccionado, sino
determinado según su esencia; entonces, la razón equivale a libertad. El ser
del hombre consiste en no ser libre y en saberlo, en vivir en la naturaleza, es
decir, en Dios. Por ello, es libre quien se conoce y conoce la naturaleza de
forma adecuada; quien comprende que la naturaleza no obra con fines que busca
satisfacer de forma exclusiva la condición humana. Es libre quien trata, en la
medida de lo posible, de actuar y no de padecer.
Para Spinoza es realmente
significativo el conocimiento como un presupuesto de libertad, como labor
indispensable gracias a la cual se es libre.
Nociones como la búsqueda de la
propia utilidad y el esfuerzo o perseverancia en el ser (conatus), son
resultado de una postura reflexiva que conduce al conocimiento y con ello a su
libertad respecto a los deseos.
La razón no exige nada que sea
contra naturaleza, ella solo pretende que cada uno se ame a sí mismo, busque su
propia utilidad, que lo conduzca a una perfección mayor, y que el hombre se
esfuerce en conservar su ser (conatus).
Para poder comprender todo ello, daremos
ese paseo de su mano, viendo más en detalle al hombre desde su “no-libertad”,
pasando por el conocimiento, haciendo una “pequeña” parada en el conatus,
abrazando el “deseado” amor intelectual a Dios, y, finalmente, concluiremos la
libertad y conocimiento en Spinoza.
LIBERTAD
Empecemos, pues, con una cita de
Spinoza de la séptima definición de la primera parte, de la obra que ocupó todo
su vida, la Ética: “Se dice que es libre aquella cosa que
existe por la mera necesidad de su propia naturaleza, y que sólo por sí misma
es determinada en sus acciones. Se dice que es necesaria, o, mejor obligada,
aquella cosa que está determinada en su existencia y acciones por algo
distinto, en una cierta razón precisa”.
Considerando que en Spinoza sólo
hay una única e infinita substancia, que él llama Dios o naturaleza (Deus sive
natura) [Copleston, cap X, pág. 195], se sigue, que Dios obra en virtud de su
propia necesidad. Vemos, pues, como el obrar de Dios es su ser, causa sui, que
no es otra cosa, que de su esencia se sigue su existencia.
En ningún momento niega Spinoza,
como tal, la existencia de la libertad. Lo que si afirma es que la voluntad no
es libre. Dado que Dios sigue su
propia naturaleza, se dice que Dios es causa “libre”, pero a la hora de obrar,
Dios no puede evitar hacer esto y no lo otro. “De ahí se sigue que Dios no obra
por libertad de voluntad”.
El fruto de su obrar es su propia
necesidad. Ni la voluntad ni el entendimiento pertenecen a su esencia. Por
consiguiente, de la voluntad no se puede decir que sea causa libre, pero sí
causa necesaria. Lo que equivale a decir, que la libertad no es una propiedad
de la voluntad, esto es, que no hay voluntad libre.
Por lo que se deduce, que la
voluntad es un modo, y en virtud de su condición de modo del atributo del
pensamiento, "no puede existir ni ser determinada a obrar si no es
determinada por otra causa, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito".
Spinoza no se cansa de repetir que
la causa de todo, y, en particular, la única causa libre, es Dios, y que todo
está determinado por Dios. Es por ello que nada puede determinarse a sí mismo
estando antes indeterminado. Esto no es un argumento contra la existencia de la
libertad, puesto que la libertad no se refiere a la autodeterminación desde un
estado de indeterminación, sino que se refiere a la ausencia de coacción, esto
quiere decir, que la libertad consiste, positivamente, en la acción. Es ser
causa, expresión y razón si es Dios, en última instancia, el que determina a la
esencia y la existencia de cada cosa particular. Pues, las causas que no son
Dios, son en Dios y forman parte de la natura naturata (los seres creados y finitos
como producto de la acción creadora de Dios), esto es, en cuanto que efecto.
Por lo que somos libres cuando obramos y no somos libres cuando padecemos.
El motivo de la Ética no es otro
que enseñar el camino para la libertad, que consiste en un esfuerzo por
existir. La libertad del hombre, de los modos finitos, no es otra que actuar
según este esfuerzo vital, que se identifica con la naturaleza de la cosa, esto
es, ser lo que se es y serlo lo más perfecto posible.
Spinoza decía que es una ilusión creer
que podemos escapar de la necesidad. Según él, todas las cosas le están
sometidas, pero sólo el hombre puede saberlo.
“Los hombres se creen libres porque
son conscientes de sus voliciones y deseos; y, porque son ignorantes de las
causas por las que son impulsados a querer y desear, ni sueñen siquiera en su
existencia”.
Es por ello que el necio, lo
ignora; el sabio, lo reconoce y lo acepta. La concepción del ideal del sabio y
el acento puesto en el conocimiento y la comprensión, fue dicha primero por los
estoicos, y Spinoza la renovó de nuevo en su monismo panteísta.
Siendo la auténtica libertad, la
experimentación mediante un género superior de conocimiento de la esencia de
las cosas, dónde se identifica con la ausencia de pasiones, con beatitud y
plenitud. Algo que veremos en las páginas sucesivas.
CONOCIMIENTO
Spinoza presenta en su Ética tres
grados de conocimiento, que una vez explicados, nos mostrarán cómo el camino de
la libertad sigue los mismos pasos que dichos grados.
El primer grado es el de la
imaginación. Este conocimiento, que depende únicamente de la percepción
sensible, es llamado por Spinoza “inadecuado” y “confuso”. “Digo de manera
expresa que la mente no tiene de sí misma un conocimiento adecuado, sino
solamente confuso, e igualmente de su cuerpo y de los cuerpos externos cuando
percibe una cosa en el orden común de la naturaleza, es decir, siempre que está
determinada externamente, es decir, por circunstancias fortuitas, a contemplar
esto o aquello”. Spinoza dice, que las ideas de la
imaginación están “mutiladas”, son incompletas dado que consideran
exclusivamente el efecto del cuerpo exterior en el propio y no su causa. Tan
sólo son ideas de cómo un cuerpo afecta y cómo otro es afectado, y no de lo que
son ambos cuerpos en su totalidad. Ambos cuerpos son mucho más que sus efectos.
“La falsedad consiste en una privación de conocimiento que está implicada en
ideas inadecuadas o mutiladas y confusas”. La imaginación no
nos informa de las causas de sus ideas, por lo que no nos permite decir de las
mismas si son falsas o verdaderas. La idea imaginada es la idea de un efecto
que ha perdido la idea de la causa de ese efecto.
El segundo grado es el de la razón,
que comprende ideas adecuadas, ideas claras y distintas, ideas que son
lógicamente exigidas para la comprensión de las cosas. “De ahí se sigue que se
dan ciertas ideas o nociones comunes a todos los hombre. Porque todos los
cuerpos coinciden en ciertas cosas que tienen que ser adecuadas, o claras y
distintamente, percibidas por todos”. A este
conocimiento lo considera Spinoza como “necesariamente verdadero”. Se trata de las propiedades comunes, que son lo que la física ha
descrito en los cuerpos como extensión, movimiento y reposo. Las nociones
comunes son adecuadas y verdaderas.
Y por último tenemos el tercer
grado, que Spinoza llama “conocimiento intuitivo”, del que procede la idea
adecuada de un atributo de Dios al conocimiento adecuado de las manifestaciones
o modos del mismo. Este conocimiento, no se debe entender de ninguna forma como
una especie de conocimiento místico. “Ahora bien, esta especie de conocimiento
procede de una idea adecuada de la esencia forma de ciertos atributos de Dios
al conocimiento adecuado de la esencia de las cosas”.
Spinoza describe el ascenso del
conocimiento como un camino que va dando mayor perspectiva, comprendiendo mejor
el funcionamiento total del universo o Naturaleza. Cada vez que se van formando
nociones comunes más amplias, se va llegando a la idea del todo, que es objeto
de conocimiento de la intuición, que nos permite conocer la esencia de la
Naturaleza, la esencia de las cosas, la esencia de nosotros mismos. La intuición
conoce la causación interna del todo que hace que cada cosa nazca y se mantenga
existiendo.
Pues bien, cuando el hombre se
libera a través del conocimiento de sus pasiones, que no son otra cosa que
ideas confusas. Cuando el hombre tiene conciencia de que todo es como ha de
ser, y que no puede acontecer de otra manera, es entonces cuando surge la idea
clara.
A Continuación veremos, como el
camino de la libertad sigue los mismos pasos que los grados del conocimiento.
Así, la imaginación o conocimiento
empírico, que se limita a captar pasivamente lo aprehendido por los sentidos;
no conoce las esencias de las cosas y da lugar a una vida pasional. Basado en
este conocimiento el hombre se guía por las pasiones. En el segundo paso,
mediante la razón o conocimiento racional, el hombre es capaz de regirse por
las leyes, y se libera así de las pasiones, acercándose a Dios. Pero sólo en el
tercer paso, el de la intuición o conocimiento puro, puede aplicarse
rigurosamente el “método geométrico” de pensar, en el que, a partir de
definiciones captadas
intuitivamente se construye
deductivamente la idea, o esencia concreta.
“Así pues, cuanto más ha progresado
uno en esta clase de conocimiento, tanto más consciente es de sí mismo y de
Dios, es decir, tanto más perfecto o bienaventurado es”.
Esto no es otra cosa, que su
libertad. Que no es otra, que el camino de la acción, del obrar racionalmente.
Que es el esfuerzo de su autoconservación, de su perfección. De la afirmación y
conservación del ser propio en ajuste a las leyes necesarias a las que se
encuentra determinado.
Dicho de otra forma, el
determinismo de la naturaleza es libertad si se alcanza el autoconocimiento,
superan los apetitos y afecciones, hasta llegar a Dios o naturaleza que es causa
sui.
CONATUS
Hemos visto como la teoría del
conocimiento es racionalista, y que la parte fundamental de la razón es la
intuitiva. Pues bien, después de haber establecido que el conocimiento es el
camino hacia nuestra libertad, que hace necesario el obrar, el esfuerzo de su
autoconservación, de su perfección, pasaremos a ver qué es ese esfuerzo, en qué
consiste y cómo nos proporciona esa libertad.
Pero no sin antes recordar que
Spinoza, si bien niega la ilusión del libre albedrio, jamás niega la libertad.
Y es que, al no aceptar al ser humano como una entidad diferenciada del resto
de la naturaleza, y considerar “las acciones y deseos humanos exactamente como
si estuviera tratando de líneas, planos y cuerpos”, podemos
pensar perfectamente una libertad que consiste en liberación, en aumento de
potencias. Spinoza piensa en la
actuación humana, procurando no caer en el habitual prejuicio antropocéntrico.
¿Podríamos estar ante un centro distinto, un centro individualista, un centro
establecido por y en sí mismo, una referencia para actuar, una referencia para
liberarse, producido por un determinismo consciente?
Bien, veamos cómo en Spinoza, el
hombre, desde su no-libertad, llega a ser libre mediante su actuar, su
esfuerzo. Esfuerzo que él llama “conatus”, y que es idéntico a su esencia.
“El esfuerzo por el cual una cosa
se esfuerza en persistir en su ser no es sino la esencia actual de esa cosa”. Aquí, pone Spinoza de manifiesto, que toda cosa tiende a conservarse
a sí mismo y a incrementar su poder y actividad. Su esencia, como igualmente
pasa en Dios, se expresa en el conatus, a saber, en la conservación del propio
ser, en el obrar, el vivir, en el deseo, que en Dios es potencia. Como el alma
es necesariamente consciente de sí por medio de las ideas de las afecciones del
cuerpo, es, por lo tanto consciente de su esfuerzo. Este esfuerzo, cuando
se refiere al alma sola, se llama voluntad, pero cuando se refiere a la vez al
alma y al cuerpo, se llama apetito; por lo tanto, éste no es otra cosa que la esencia misma del
hombre, de cuya naturaleza se siguen necesariamente aquellas cosas que sirven
para su conservación y perfeccionamiento, cosas que, por tanto, el hombre está
determinado a realizar.
Cuanto más se esfuerza cada cual en
buscar su utilidad, esto es, en conservar su ser, y cuanto más lo consigue,
tanto más dotado de virtud está, y al
contrario, en tanto que descuida la conservación de su utilidad, esto es, de su
ser , en esa medida es impotente. Dicho de otra forma, el conatus es
nuestra potencia y nos conduce a la libertad. Cuando desarrollamos nuestras
capacidades somos activos, desarrollamos nuestra esencia singular. Por lo que
dejamos de ser siervos, o esclavos, para convertirnos en sabios.
Lo realmente útil es, pues, todo lo
que conduce verdaderamente a comprender, y lo ciertamente nocivo es todo lo que
nos impide la comprensión. No olvidemos que comprender es liberarse de la
esclavitud de las pasiones.
El bien y el mal no existen. Las
cosas son buenas o malas en función de su utilidad. Del término “bueno” dice
Spinoza que, “sabemos ciertamente que es un medio para que alcancemos el tipo
de naturaleza humana que nos hemos propuesto”, y del término “malo” “sabemos
ciertamente que nos impide conseguir dicho tipo”.
Lo bueno es, pues, todo lo que nos
acera a nuestro ideal, y malo todo lo que lo impide. Esto no sería otra cosa
que los deseos procedentes de emociones pasivas, que dependen de causas
externas, y que pueden llegar a ser más fuertes que el deseo que procede de “un
verdadero conocimiento de lo bueno y lo malo”.
Seguir las emociones pasivas sería
nuestra esclavitud, nuestro sometimiento, nuestra ignorancia. Lo opuesto, sería
la vida de la razón, la vida del sabio, que no es otra que la vida de la
virtud. “Obrar absolutamente de acuerdo con la virtud no es en nosotros otra
cosa que obrar bajo la guía de la razón, vivir y conservar el propio ser, sobre
la base de buscar lo que es útil para nosotros mismos”.
Tan pronto como comprendemos que el
hombre obra por una necesidad de la
naturaleza, supera con facilidad
pasiones pasivas, como el odio, los celos, la envidia,
etc. El que se deja gobernar por
dichas pasiones, está gobernado por ideas confusas e inadecuadas. Ese hombre
obraría irracionalmente. “Una emoción que es una
pasión, cesa de ser una pasión tan
porto como nos formamos una idea clara y distinta de ella”.
Podemos concluir, que comprender y
seguir nuestro “conatus”, es el camino que nos lleva a liberarnos de la
servidumbre de las pasiones, y que conocer a Dios es la más alta función de la
mente. Pero esto sería ya el siguiente capítulo de este trabajo, que veremos en
las páginas siguientes.
AMOR INTELECTUAL
Hemos visto, como el hombre es
libre si piensa con claridad y distinción, si lo hace con la razón y por
supuesto, si lo hace con la intuición. Esto le conduce a superar sus pasiones,
el estado de esclavitud en el que queda encadenado por los afectos, siguiendo
su propio conatus.
Cuando el hombre comprende clara
distintamente las propias pasiones, experimenta una gran alegría. ¿Quién no se
ha sentido alegre, o mejor dicho, liberado, al vencer su ira, o cualquier otra
emoción inútil, negativa? ¿No es eso la perfección? ¿La esencia? El caso es, que cuanto más conoce el hombre
las cosas más conoce a Dios o la naturaleza. “El mayor bien de la mente es el
conocimiento de Dios, y la mayor virtud de la mente es conocer a Dios”. Vemos cómo ese comprender intuitivamente equivale a ser expresión
(acción) directa de Dios. Llámese expresión directa de Dios, de la naturaleza o
de la realidad originaria. Recordemos que todo ello es lo mismo en Spinoza, es
decir una y la misma “cosa” infinita, una única substancia. Por ello, cuanto
más nos comprendemos a nosotros mismos y a todas las demás cosas, como parte
del sistema infinito lógicamente conectado, más conocemos a Dios, más nos
acercamos a él. Ese conocimiento da lugar a una inmensa satisfacción mental,
que acompañada por la idea de Dios como causa externa, es lo que Spinoza llama “amor
intelectual de Dios”. Que no es otra cosa, que “el
amor de Dios por los hombres y el amor intelectual de la mente a Dios son una
misma cosa”.
A través del supremo conocimiento
intelectivo, la bienaventuranza que se experimenta, no es sólo la virtud
alcanzada, sino la virtud en sí, como premio único. De lo que se sigue, que
para Spinoza, el Paraíso está ya aquí y ahora, en cuanto que se vive la virtud
seguida o alcanzada, por el tercer género del conocimiento, que no es otro que
la intuición, que causa el amor intelectual de la mente a Dios. Esto lo dice
Spinoza con mucha claridad: “La bienaventuranza no es el premio de la virtud,
sino la virtud misma; y nosotros no gozamos de ella porque reprimimos nuestros
deseos, sino al revés; porque gozamos de ella, podemos reprimir los deseos”.
Es libertad, pues unido a Dios, el
hombre existe como él por la sola necesidad de su naturaleza, la del hombre. Es
alegría suprema, al darse cuenta, en su unión con Dios (realidad originaria),
de la participación que tiene en el poder de Dios. Si a ello añadimos también,
que al tomar conciencia de la propia esencia singular, tal como es en sí misma,
se sabe también que el propio espíritu, en cuanto comprende, forma parte de un
sistema de esencias singulares, que constituye el entendimiento infinito de
Dios.
Todo ello nos lleva a concluir, que
cuanto más goce la mente de este amor divino, es decir, de la buenaventuranza,
tanto más conocerá, tanto mayor será la potencia que tenga sobre sus afectos, y
tanto menos padecerá de los afectos negativos; por lo tanto, debido a que la
mente goza de este amor divino, de la bienaventuranza, tiene el poder de
reprimir las propios deseos. Por lo tanto, nadie goza de la bienaventuranza
porque ha reprimido sus afectos, sino que al contrario, el poder de reprimir
los propios deseos nace de la bienaventuranza misma.
Y para terminar, que mejor que un
texto de Spinoza que contiene, nada más y nada menos, que un comentario a unas
de las máximas más antigua de la sabiduría griega, las cosas bellas son
difíciles: “El sabio, en cambio, en cuanto se le considera tal, difícilmente se
ve perturbado en su ánimo, y al ser consciente de sí mismo y de Dios y de las
cosas, por una eterna necesidad, jamás cesa de ser y siempre posee la verdadera
satisfacción del ánimo. Ahora bien, aunque el camino que he mostrado que
conduce a dicha meta parezca muy difícil, sin embargo puede ser encontrado. Y sin
duda ha de ser difícil aquello que se encuentra en tan escasas ocasiones. Si la
salvación estuviese al alcance de la mano y si pudiese encontrase sin gran
esfuerzo, ¿cómo podría acaecer que fuese olvidada por casi todos? Empero, todas
las cosas sublimes son tan difíciles como infrecuente”.
CONCLUSIÓN
El andar en el mundo, aunque sea
éste infinito desde la visión de Spinoza, es lo que permitirá que se cumpla
aquella tarea que nos viene desde el Oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Y
ese conócete a ti mismo, se traduce en nuestra libertad. Libertad, que es un
interior y un sí mismo de la necesidad. Que es la manifestación espontánea y necesaria de la fuerza o
potencia interna de la esencia de la sustancia (Dios, naturaleza, realidad) y
de la potencia interna de la esencia de los modos finitos (nosotros).
Decimos que somos libres cuando, por la necesidad interna
de nuestra esencia y de nuestra potencia, en él se identifican su manera de
existir, de ser y de actuar. Ni la libertad es elección voluntaria ni ausencia
de causa, ni la necesidad es un mandato externo, que nos obliga a un existir y
actuar de manera contraria a nuestra esencia. La necesidad es el seguir
nuestro conatus, nuestro esfuerzo de auto-perseveración en la existencia, es decir,
nuestra esencia. Y todo lo que supone impotencia en nosotros, no puede ser
atribuido a la libertad. De ahí que somos libres tan sólo en cuanto tenemos
potestad de existir y de obrar según las leyes de la naturaleza humana. Cuanto
más libres nos consideramos, menos podemos afirmar que no usamos la razón. Pues
solo obramos por causas que pueden ser adecuadamente comprendidas por nuestra
sola naturaleza. La libertad no suprime, sino que presupone la necesidad de
actuar. La razón enseña que es necesario fortalecer lo que poseemos en común o
lo que compartimos naturalmente sin disputa, pues en ello reside el aumento de
la vida y de la libertad de cada uno. Cuando nos intuimos
intelectualmente vemos que comprendemos que nuestra individualidad es expresión
directa de la realidad (Dios) y esto se expresa también de un modo necesario.
Es nuestra necesidad. Y esa necesidad es a la vez libertad. Porque es expresión
sólo de nuestra naturaleza.
La liberación es posible porque la
determinación es doble (desde fuera y desde dentro), porque la reflexión nos
mete en otra determinación diferente
El entendimiento intuitivo es igual
a ser libre. Es actuar según esa determinación. Mediante la reflexión racional,
podría yo determinar la mecánica de los afectos, e introducir otras
consideraciones de esa misma consideración. O lo que es lo mismo decir que es
libre aquel que jamás responde ni con odio, ni con venganza, ni con ningún
afecto negativo.
En el conocimiento intuitivo se
fija en lo individual, en lo que es realmente, que es igual a mi esencia, que
es lo que expresa mi naturaleza en cuanto expresión inmediata e intransitiva de
mi vida. Esencia, que es el conatus individual de cada cosa, lo que tiene de
ser. Y es en ella, donde reside mi potencia, mi libertad.
Mi liberación es, por tanto, la
liberación de las ataduras negativas, apoyándose en dos cosas. En lo que tienen
esas ataduras de positivo y apoyándose, fundamentalmente, en lo que
directamente tenemos de expresión de potencia divina. Apoyándose en lo que
nosotros somos de naturaleza en sí misma, por sí sola. En nuestra potencia. A
la que Spinoza llama razón y entendimiento. Porque es ahí donde podemos vivir
nuestra esencia divina individual. Porque realidad es igual a perfección.
Siendo Dios lo máximo perfecto, porque es todo realidad y actúa de forma
perfecta, mientras que en nosotros nuestra realidad es limitada, pero el conatus,
que no es otra cosa que la conservación del ser, es en realidad el intento de
aumentar en el ser. En nosotros, a mayor potencia en el ser, de creatividad, de
reconocimiento, mayor perfección y en eso reside la virtud. Virtud es lo mismo
que potencia, es decir, capacidad de ser. Es la misma esencia o naturaleza del
hombre en cuanto tiene la potestad de llevar a cabo ciertas cosas que pueden
entenderse a través de las solas leyes de su naturaleza. Virtud sería la
capacidad de actuar desde nosotros mismos. Sin dependencias. Y actuar desde
nosotros mismos, sería lo mismo que entenderse desde nosotros mismos.
Está claro, que jamás llegaremos a
regirnos sólo por la razón, no olvidemos que somos determinados también “desde
fuera”, pero sí podemos en lo posible, convertir esos afectos exteriores en
nuestros afectos mismos, es decir, separarlos desde el objeto externo y hacerlo
“nuestro”, interiorizarlos, poniéndolo dentro de un orden universal,
adquiriendo de él una perspectiva racional, convirtiéndolo en una idea clara y
distinta, para así actuar según nuestro conatus, según nuestro esencia, según
nuestro ser. ¿No es cierto que agota más el odiar que el amar? ¿Que si actuásemos
según la razón nadie se suicidaría? ¿Que no existe mal alguno que no provenga
de nosotros? ¿Que el dominio racional sobre nuestros afectos, da igual que sean
negativos o positivos, nos proporciona más alegrías una satisfacción superior?
¿Que el sabio es más feliz, más libre, más “poderoso” que el ignorante? ¿No es
cierto que a todas estas preguntas podríamos contestar con un sí?. Eso sí,
siempre y cuando nos basásemos en la razón y el conocimiento intuitivo.
Sea como fuere, el querer vivir y
querer vivir bien, es parte de nuestra esencia, y nosotros no estamos para otro
fin que para nosotros mismos, y es en eso en lo que consiste la libertad y la
autonomía. No hay nada que se esfuerce a conservar su ser a causa de otra cosa.
Sólo hay utilidad, y la razón busca la utilidad de cada uno. Y lo útil para el
alma, nuestro pensar, es el conocimiento. Por lo que siempre será útil lo que
nos lleve a conocer más y más, y lo inútil lo que nos impida conocer. Con todo
ello eliminamos toda ética trascendente y toda atadura externa a nuestra
naturaleza.
Liberarnos de las mayores ataduras
posibles, comprender la imaginación del otro, guiarse en lo posible por la
razón y no por sentimientos positivos, que siempre serán vacilantes, en todo
ello consiste la libertad del sabio.
Puede que no estemos en muchas
cosas de acuerdo con Spinoza, pero lo que no podemos decir es que nos de falsas
esperanzas, prometiéndonos una felicidad y libertad fuera del aquí y del hora.
Nadie podrá negar que su filosofía, en general, y su concepto de libertad, en
particular, es en el aquí y en el ahora. Que es una guía de actuación para la
vida, jamás para la muerte.
BIOGRAFÍA
Spinoza, Baruch: Ética demostrada
según el orden geométrico, (3ª edición),
Editora Nacional, 1980
Copleston, Frederick: Historia de
la Filosofía Vol IV, (1ª edición), Ariel, 1969-1983
Reale, Giovanni: Historia del
pensamiento filosófico y científico, (1ª edición, 2ª
reimpresión), Herder, 2010
Domínguez, Atilano: Biografía de
Spinoza, Alianza, 1998
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