Ningún vestigio
de un comienzo, ninguna previsión de un final, ninguna maravillosa previsión.
Ningún espacio sin fronteras, sin números, ni lugar, ni palabras. Es como si
volviésemos todas las previsiones hacia nosotros mismos; como si viésemos nacer
las cosas desde un estado de aparente inexistencia, donde la perfección se
conforma como la negación de la historia y la sucesión como la destrucción de
la existencia, sin principio, sin final. Transcendiendo tiempo y diferencias entre
los elementos y palabras que se repiten sin cesar; desarrollando aspectos
siempre decadentes, envejeciendo en tales casos, que son los mismos de
siempre, con el debido respeto a la différance,
con el debido temor a las metáforas de los que nos preceden.