miércoles, 16 de noviembre de 2016

Discusión sin límite




            Ningún vestigio de un comienzo, ninguna previsión de un final, ninguna maravillosa previsión. Ningún espacio sin fronteras, sin números, ni lugar, ni palabras. Es como si volviésemos todas las previsiones hacia nosotros mismos; como si viésemos nacer las cosas desde un estado de aparente inexistencia, donde la perfección se conforma como la negación de la historia y la sucesión como la destrucción de la existencia, sin principio, sin final. Transcendiendo tiempo y diferencias entre los elementos y palabras que se repi­ten sin cesar; desarro­llando aspectos siempre decadentes, enveje­ciendo en tales casos, que son los mismos de siempre, con el debido respeto a la différance, con el debido temor a las metáforas de los que nos preceden.
Atmósferas erosionadas y comparadas con su propia realidad. Mediática incon­gruencia de las distintas circunstancias de los otros, que son las mías. Sutil perver­sión del mismo sujeto: por la perfección se cubren las huellas del tiempo, por el tiempo se disfraza la memoria del humus de la mente, que es dispersado por la acción del viento, que es el tiempo, y así nunca sabremos si alguna vez existió o si acaso fue el destello de la eviden­cia. Es el principio de la imperfección: la hermenéuti­ca del diálogo, o el arte de la interpretación, que sencilla­mente se configura como la estrategia de la reducción. Afirmaciones adecuadas, transformaciones irrele­vantes... Es la búsqueda del equilibrio perenne, la versión fuerte de los antecedentes que nunca existieron. Son las irrelevantes igualdades distin­tivas del tiempo, que son siempre idénticas; es la regla que sirve para abandonarnos comple­tamente y olvidarnos del otro aspecto de nuestro relato, que no se apoya en el tiempo, que prevale­ce fuera de él; que admite la traición: el origen como conclusión. Tardía apariencia ingeniosamente ensalzada y que nos traslada de los signos a las palabras, de las palabras a las frases, de éstas a la diferencia, que no es original y que sólo habla a través del tiempo, que no es cambio sino palabras, pequeñas ironías del conocimiento y de la negación, que aparecen y desaparecen comprometiendo su propio signifi­cado. Incomprensibilidad de ese mismo conoci­miento que termina por ignorarse o por no saber dónde ubicar­lo. Acertijo lógico que no interesa resolver aunque se crea firmemente. Es el dilema de los signos, brillante conceptualización que desdobla la penetran­te metodología sobre lo que puede o no puede ser. Vestigios de comienzos que son siempre finales, ora desvanecidos, ora evidentes. Vestigios que no son consecutivos, ni distintos, ni naturales. No previsión de un final, sino abolición del régimen actual, siempre actual; cuestión esencial sin responder, imposición re-construida, no-negada, ¿a-tempo­ral o cíclica?. Alteración del sentido que desvelan los acuerdos de la tradición, a pesar de las revoluciones, de los incon­for­mismos y del progreso; secuen­cias ocurrentes que distin­guen unos tiempos de otros y que, en el fondo, advierten que los más jóvenes nos recuerdan a los más viejos, continuando las mismas secuencias, argumen­tando las misma vicisitudes de la historia. Descripciones que se nos pueden antojar simples o inocentes, pero también obvias. Descripciones de un mundo en continua conclusión; evidencias de un mundo en constante expectativa. Un mundo que es complejo a fuerza de imponer su rígida visión de las cosas, aun de las más comunes que son las más simples y que por ellas conservan [siempre] su irreductible unicidad, ignorando sus propios datos a través de una falsa continui­dad, plena de enigmas y descubrimien­tos que son sólo recuer­dos. Caricaturas inconcretas del pasaje de la vida, de mi vida, de tu vida, de la vida. Posible­mente ideemos nuestro futuro para intentar ridiculi­zar los ensueños, estos ensue­ños. Posiblemente creamos que hacemos un favor a la interpre­tación dibujando desacuerdos, recordando el último boceto. Satírica conflagra­ción de todos los recuerdos que nos incitan a imaginar ese último boceto. Tal vez sea sólo un ensayo o un intento de atrapar la sombra que nos divide, que nos separa, que nos esconde, o un intento de retornar al principio, que no es más que el desacuerdo con las ideas, con todas las ideas; ¿insatisfacción?, ¿tradición?, ¿ilustración?, ¿identi­ficación? ¿irracionalismo? Conceptos que se superponen, que se eliminan, que se contra­dicen. Sólo es especulación, aunque esté vacía, aunque esté teñida de razón, siempre teñida por la razón. Es el principio de necesidad inmanente o es el sentimiento de dualidad permanente, una variación de sentido, el enigma de la contempla­ción, disfra­za­do sutilmente, escondi­do que no olvidado, por la sombra de una duda. Son todos los momentos enfrentados tratando de perder su función. Respues­tas en busca de preguntas, pregun­tas buscando palabras para expresarse, pensamientos fosilizados en la inestable comple­ji­dad de la vida, representando y elaborando la configuración del progreso; incómoda a la vez que proble­mática. Orgánica. Mas lo único que realmente vemos es el arco saliente de un gran círculo que dará una vuelta más, que repetirá sus fábulas, escribirá los capítu­los de sus cuentos, convirtién­dose así en la liturgia que todos practican: beberán su sangre caliente y volverán a sumer­girse en la parcial dirección que le traza el tiempo, tantas veces adecuada, cuantas veces aproximada. Pretendido compendio sistematizado de todos los conocimientos prevalentes. Argumentos sólidos, incluidos los históricos. La proposición parece bastante simple, la ciencia un tanto farragosa, paradójica­men­te creativa en su opaca confusión. Mortecina llama enraizada en la oscura visión desplegada entorno al pensa­miento y que parpadea ante la decolorada superstición de ese mismo pensamiento. Violento enfrenta­miento de las ideas y de la generación de las ideas, de las doctrinas y de la fe, con el único propósito de mantener la autoridad. Todo un mundo de retórica pleno de destreza verbal, dispuesto para producir siempre la misma decepción, para forzar una creen­cia o para forzar la presencia, por lo demás persistente e insis­tente, de convicciones un tanto dudosas y que siempre están compro­metidas con lo que fue y con lo que debería ser, incapaces de armonizar, ya no de elaborar, reali­dades no generadas, no subyacentes, no creadas, porque nada se crea sino que todo nace. Nada mantiene la uniformidad del género ni la propor­ción ni la magnitud del cambio. Liber­tad de la imaginación que no es el contraste de las metáforas ni el uso indiscrimi­nado de los adjeti­vos; extremos correctos y por ello indefi­nidos. Dicoto­mía entre la vana especu­lación y la verdad de los extremos que define la retórica, diferente y compleja, perdiéndose en la ironía de la significación. Cuidadosa envoltura de los concep­tos ridículamente caracteri­zada por la obsoleta particularidad de lo que es adecuado aunque sea transito­rio. Traficantes de milagros que imponen el paso final, que no es un paso a paso ni tan siquiera es el último paso aun siendo el paso final, y que implica una forma de paroxismo, activamente metodo­lógica, para atraparnos en la dinámica del cambio como única vía de progreso. Es entonces cuando el pasado se nos presenta ilusorio, incluso nuestro propio pasado, yo diría que desfigurado más que ilusorio. Papel mojado por el tiempo, frágiles visiones de las inclina­ciones estimadas como naturales y que son cómicamente racionales, exculpando comprometidamente los conflic­tos de la historia, historias vividas y muertas después de haber pasado su tiempo. Procesos que resultaron ser implacables por ser dogmáticos pero no necesa­rios. Después de todo, sólo es retórica, sólo es estética: relación de creencias sobre la manera en que se supone que realmente funciona la esencia del mundo, tanto una, la retórica, como la otra, la estética, aunque algunas están cegadas por su propio discurso. Proba­blemen­te nunca sabremos quien tiene razón [¿estoy hablando de razón?], tampoco nos interesa, en cualquier caso es un ardid urdido por esa razón, que no es capaz de resolver la histo­ria, irrelevante y científica, restric­tiva, siempre cautelo­sa, que dirige la visión para tratar de evitar los errores que también dirigen la jerar­quía. Y sin embargo prose­guimos a pesar del tiempo, a pesar del espacio, sin suficien­tes garantías para asumir como real aquél pasado que nos cuentan que han visto y que ahora y siempre, después de, es inobser­vable. Son los límites impuestos por la objetivi­dad necesaria y autocorrectiva: presente e invariable, en último término infranqueable. Resulta absurdo tratar de descifrar la constancia de las cosas, siempre persisten­tes, mas sin llegar a descubrirse. Fantasías extraor­dinarias que desconocen los procedimientos habituales para ser afirmadas al margen de la imaginación. Es la vanidad de las causas desconocidas y que, no obstante, son <<científicas>>, porque son, aunque sean tan poca cosa. Producto regular, gradual y lento del cambio, siempre cíclico y, por tanto rítmico, de los fenómenos. Acumulación medida, paso a paso, de insensibles e incontables cambios. Metamorfo­sis que no son futuro, tampoco pasado. Paroxismo universal de los vestigios del hombre sin tránsito ni reposo. Temerosos de su significado nos refugiamos en el engaño de la espera, fundamentalmente supersticiosa, abrazan­do la poderosa influencia del pensa­miento, esencia del progreso, insensible y lenta. Imágenes catastróficas genera­das por la confusión para la confusión. Controvertidas ideas del comportamiento descritas bajo la lógica necesaria de un lenguaje común, por lo aparente, y que no lleva a ninguna parte. Es la infructuo­sa búsqueda del equilibrio, revestido de uniformidad, a pesar de la dinámica de un estado siempre cambiante; de un estado extensivo, inundado de sentido, convulsivamente diferenciado de sus propias inferen­cias. Vertebrado en el inicio de su propia extinción, donde el tiempo carece de una duración definida y el espacio se articula por medio de un punto: repentinos episodios de muerte y confusión. Todo deviene movimiento, todo deviene ilusión. Vínculo directo y necesario entre tú y yo, entre lo uno y lo otro. Perfecta adaptación de la vida y el cambio, melodía intermi­nable, danza sin direc­ción. Si fuera cierto, sólo si tal vez fuera cierto..., mas las percepcio­nes individuales nos llevan a compartir un campo esencialmente controvertido, continuamente contradictorio, literalmente fantástico, aunque rebose uniformidad metodoló­gica, aunque genere leyes consideradas universales, aunque inspire conjeturas verdaderas. No se trata de cortar el nudo cuando somos incapaces de desatarlo, se trata de re-conocer­lo, identificarlo y comprender las curvas que nos tiende para esclarecerlas y extenderlas. Es la razón de la inmutable apariencia de las cosas, escenario tragicómico del mundo donde se pierde la concentración. Alternancia universal o tumultuosa quiescien­cia de construcción y destrucción, sin caer en la decons­trucción; malabarismos verbales en busca de la semiótica que nunca existió. Sucesión interminable de complejos mecanismos sin dirección. Exuberancias diacrónicas que no conducen a nada. Desconexiones lógicas, perfectamente construidas que limpian el concepto de significativas nebulosas a fuerza de querer hacerlas significativas y nebulosas, o de nebulosas signifi­caciones por oscuras y volátiles, cada vez más severas, colapsando la forma, la propia significación y el sentido. Confun­diendo los fenómenos con los procedimientos, los argumentos con las esencias, los procesos con las nociones. No recono­ciendo lo que es ante­rior, que es lo que es. Pero la reacción siempre está predeterminada por el rigor de la polivalencia que dictan los cánones, defen­diendo su propia visión con evidencias y argumentos, argumen­tos y evidencias que final­mente terminan reducidos a otros argumen­tos y otras evidencias más genera­les, más indecidibles. Procedi­mientos prolijos que a menudo se revelan como panfle­tarios, reivindicando los a veces ininteligibles principios de los que parte; principios confusos y difusos, principios siempre científicos y metodo­lógicos, uniformes y precisos no sólo rigurosos. Principios que simplemente defienden su propio éxito, aun siendo pasajero, y que se nos brinda como único camino para alcanzar las supuestas verdades que penden al final de su tránsito, verdades, por otra parte, casi iniciáticas, aunque simplemen­te sean visio­nes, respetables eso sí, acerca de las nociones que en todo tiempo han colisionado con los intereses ilustra­tivos, casi nunca especulativos, de un estado en el que el retorno se muestra como un concepto extravagante y, con asombrosa facilidad pasan a ser conside­radas como una quimera abandonada a la deriva de las respeta­bles nociones sobre la dirección que debe seguir un espíritu científico preparado para asumir los logros de sus investiga­ciones acerca de su peculiar unidireccionalidad, de su manifiesta unidimensiona­lidad, manipulando de esta manera la mejor y la más discreta diferencia entre lo que debe y no debe ser; presentando un mundo en constante movimiento, pero inmutable en cuanto a su naturaleza y a su estado, donde los cambios se producen paulatinamente en un continuo danzar hacia ninguna parte, sin ser capaces de explorar, y menos aún de observar, lo que hay detrás de las apariencias, incluso de aquellas apariencias que senci­llamente se revelan como literales y que intentan encontrar, o quizá sencillamente intentan mostrar, el registro de las señales orientadas hacia la auténtica semiótica de las imperfecciones sistemáticas, que sólo el vulgar desequilibrio de los hechos termina degradando a pedacitos, resolviéndolo en partes de una transición aparen­temente brusca, particular­mente ventajo­sa, generosamente empírica. Es el equilibrio entre los hechos y la teoría de un mundo que se presenta complejo e imperfec­to, incluso delicio­samente imperfecto. Signos que sin embargo no perturban la ilusoria transición y que irrumpen violentamente en el conocimiento acompañados por esporádicas sedimentacio­nes de continuidad, de una continui­dad sin límites, a pesar de las causas reales, de las leyes empíricas; en contra del tiempo y, por supuesto, a pesar de la propia consecuencia, que no es progreso sino apariencia de progreso, causada por sesgos direccionales empeñados en la conservación de lo adquirido, en el apego de lo conquistado, y no por las tendencias realmente progresivas y que únicamen­te se hallan presentes a nivel individual y nunca se mani­fiestan en términos colecti­vos. Es el sutil engaño de las seudociencias del progreso. Un cuadro vivido desde la ausencia de las simplicidades que son siempre esenciales. El progreso, en apariencia, no es tan marcado ni resulta tan omnipresente, es sólo un pasaje estruendoso, es verdad, pero también limitado y dedicado a marcar la consistencia empírica (como dice la leyenda) y relativo siempre al contexto de interpretación, de quien lo interpreta, que no tiene por qué ser el mismo que el contexto de descubrimiento, de quien lo descubre, aunque casi siempre coincide con el contexto de justificación, que son quienes lo justifican. Alusión mordaz, tal vez irónica, pero imprescin­dible para conservar nuestra memoria, en contra de las apariencias, que no despliegan la marca del conoci­miento sino la organización de lo <<efectiva­mente imperfec­to>>. No. No hay que desafiar el ciclo del tiempo, arriesgan­do el hilo de su unidad, las coherencias de sus concepciones o las combinacio­nes de sus uniformidades de estado y de proporción, incluidas las superfluas complejida­des de la vida; compleji­dades adecuadas aunque difíciles y que suelen presentarse aproxima­damente en la misma cantidad e intensi­dad, provocan­do, sin embargo, enigmas una y otra vez inconclusos, enigmas sin resolver y que mantienen inclinada ligeramente la atención hacia la razón, distorsio­nando la sencillez con que se envuelven las <<regiones anteriores>>, superpuestas y correlacionadas unas encima de las otras, trazando un orden de un lugar a otro; desconcer­tan­te no obstante en buena medida por su potencial simpli­ci­dad. Pero todo <<esto>> no funciona en la práctica diaria, ni tan siquiera en la práctica final, insuficiente por su irreversi­ble secuencia, mas funciona, de manera desconcertan­te, tal vez, pero en el momento preciso, sin supuestos criterios de selección, cumpliendo las inexora­bles leyes de la naturaleza, convir­tiendo la roca en piedra y la piedra en polvo. Así fue al principio y así es ahora, y siempre será así en tanto que se cumplan las leyes de la naturaleza y nunca dejarán de cumplirse. Es el equili­brio de la voluntad, es el equilibrio de la vida, o el equilibrio de la <<voluntad de la vida>>, de lo desconocido o de lo primario, del entorno que es sin duda lo distinto. Es la analogía de las épocas y de los estados, es el reduccionismo del sentido de los cambios, la univocidad de la repetición de los tiempos, la equivocidad del silencio, sin principio ni final, sin causa, sin razón, sin normas, sin juicios: perfecto, inasequible e inambiguo, unívoco, absolu­to, universal. Ese silencio que siempre es él mismo, pero la vida.., la vida siempre ha sido sólo aproxima­damente la misma, con un equilibrio mantenido, con una participación complemen­taria, proporcionalmente relativa entre sus diferen­cias. Las representaciones metafóricas acerca de su concep­ción se esfuman en un momento dado en el tiempo, que deja de ser tiempo para convertirse en Eternidad. Es el ensueño del regreso, las fluctuaciones desaparecidas y las afirmaciones sin consistencia. Es el reino inanimado de la armonía. Es la conclusión, verdaderamente asombrosa, destinada a derrumbar y trastornar completamente los dogmas, las normas, las creencias, las costumbres y las hipótesis filosóficas, aun después de las afirmaciones resplandecientes del <<intelecto humano>> y de la <<honestidad básica>> ante la complejidad del mundo, ante la uniformidad de las proporcio­nes: esa mezcla concatenada de innumerables métodos y de ciencias mal interpretadas, mal entendidas y mal explicadas; restringidas parcialmente y analizadas, por tanto, burdamente: explicacio­nes a gran escala de un sin fin de cambios diminu­tos y que tratan de reflejar únicamente el vano intento de situar las esencias del lado de las inconsistencias, cuando en realidad las esencias no son más que las existencias, sin la práctica uniformidad del cambio, que divide y separa. Procedimiento preciso que designa, no sin dificultad, el <<abismo del tiempo>>, que no es la medida del tiempo, sino las explica­ciones imperfectas, confinándonos entre las cuerdas y los ángulos de las asimetrías propias de la naturaleza. Caracte­rísticas paradigmáticas de la oscura, por variable, unifica­ción de los fenómenos y cuya única intención es establecer la base precisa para justificar todos los principios. Incapaci­dad sofisticada para crear todas las dificultades, por otra parte, demasiado compleja, para demostrar que cualquier innovación de las estructuras supone un movimiento hacia ninguna parte. Son las alternativas contradictorias, los procedimientos y enfoques incompatibles; representaciones ininteligibles que no contribuyen a resolver los impondera­bles que envuelven las ecuaciones que derivan de la materia en la materia..., para la materia: Partículas repulsivas que separan la naturaleza, fragmentos desgajados que tratan de eludir toda explicación concerniente a su dependencia mutua, no distintiva, no hipotética. Es la claridad y universalidad de los fenómenos que no son suscep­tibles de ser vividos o extendidos o aplicados, sólo conocidos. Consideraciones no teóricas, tampoco empíricas, pero sí ineludibles y determi­nan­tes, aun siendo probablemente incom­prensibles. Descubri­mien­tos sumergidos entre las sombras oscuras, allí donde nace y muere el pensamiento, donde se disipa la niebla de las penas y, a veces, alguna otra cosa. Estructuras indepen­dientes y discursivas, estructuras que dicen y hacen, que escriben y producen gestos en y a través de sus conteni­dos, pero eso es en otro lugar: más allá de los planteamientos y de los análisis pragmáticos que pretenden descifrar dichas estructu­ras, por otra parte irreductibles a sus propios contenidos, cubiertas de denega­ción, naturalmen­te, con la mayor libertad, justamente desde las razones esenciales que se apropian sin concesiones de lo que no es posible; apuntan­do hacia los límites de lo que no se ha conseguido pensar [todavía], allí donde no se mantienen las dudas, donde las aporías carecen de sentido. Formulacio­nes imposibles que doblegan todas las paradojas de la lógica; cuestiones que no pertenecen al orden de las consecuencias sino al de las causas; razones no sólo sistemáticas sino necesarias porque de ellas penden las necesidades precisas, o la necesidad precisa, en todo caso, la simple necesidad, que no requiere ser pensada porque es, al margen de que sea o no pensada, aunque simplemente sea lo no pensado en el pensamiento, justamente lo intratable, lo inaccesible, aquello que se añade a los enigmas, que no es el enigma de la apariencia sino el enigma de la conciencia: un callejón sin salida, un límite a la verdad, una condición más propia que impropia. ¿Acaso estamos hablando de otra cues­tión?. Unidad única, singularidad monádica e insubstancial, donde todo se reagrupa entorno a sí-mismo y se propaga sin límite, determi­nando los conceptos indecibles, abarcando aquello que no pertenece al pensamiento, que todavía y siempre es aquello, siempre hacia la firma que conozco. Sentimiento perdido del descubrimiento. Sentimiento que también es reconocido y confirmado por la postrera decisión que procede del, y precede al, nombre propio, y que indica, en otro orden de cosas, una tentación, inacabable, incapaz de agotarse: un segundo, un desafío, un pensamiento, un inevita­ble pensamien­to; pensamiento laberín­tico y problemático, expuesto siempre a permanentes fluctua­ciones; transformacio­nes que, no obstante, no modifi­can su origen, aunque estén avaladas por la identidad de un sentido, sentido, por lo demás, polifacé­tico, no definiti­vo, altamente sospechoso; rechazando, sin pretenderlo, el juego de las influencias; situando la continuidad de la puntualidad más allá de la metonimia, para no preguntarse por las fuentes ni por los pensamientos. Y es que los gestos que se despliegan a través de lo que no se quiere pensar, reconstituyen y dilucidan la inquietante, por extraña, multi­plicidad, no de lo que se quiere decir, sino de lo que ha dejado de ser, que no es saber, ni tan siquiera es lenguaje, ni condición, ni sentido, ni pensamiento, ni violen­cia. Sólo cambio, extraño y prolife­rante: deseo irreprimible de universalidad, de autosuficien­cia; re-envíos significantes de infinitas series diseminada­s y que se mantienen en un constante equilibrio inestable, para lo cual no es preciso nada, sólo saber esperar. Provocación insatisfecha, incesante y constante desasosiego, un desaso­siego intempestivo, actual, apátrida, siempre novedoso. Condición característica que plantea la fuerza de dicha provocación. Esta búsqueda final rechaza lo inconmo­vible como fundamento, es el rechazo del riesgo que traduce la homoge­nei­dad simplemente en identidad, desenmasca­rando las raíces que penetran en las instituciones; organi­zando todos sus mitos, que no son sólo leyendas sino marcas silenciosas que tipifi­can la inspiración. La inspiración de la presencia, que no significa la muerte de todos los valores absolutos, sino la norma que dispensa y unifica, en último termino, que conoce. No más denuncias, no más necesidades imperiosas que permiten organizar la vida y la muerte implacablemente, que anuncia la irreversibilidad de la necesidad estatuida como una norma dispensadora de sentido que permite considerar y asumir los fundamentos de su categoría. Categorías de sujeto y objeto, categorías de reflexión e intuición, que convierten la representación en una relación privilegiada que cubre todo el ámbito del conocimiento. Pero no es así, porque no garantiza, de antemano, la desnudez de la propia representa­ción. Ausencia de razón que es <<retorno>>, ausencia de conciencia que es <<regreso>> y no <<regresión>>: un mirar hacia atrás para ver el origen, la causa de la concepción, el error de lo auténti­co: la propor­ción. Subjeti­vidad, objetivi­dad, copertenen­cia..., no hay explicación. Podría traducirse por progreso, o por olvido, también por pensamiento. Tal vez es nostalgia. No. Es historia y después destino, verdadero destino. Sin posturas, sin inversión de consideraciones que son todas las superacio­nes. Separación lineal y originaria, no una separa­ción ilusoria, no una utopía sin sustancia o una sucesión irrever­sible. Sólo conciencia y contradicción, a parte de la primacía de la lógica, de todas las lógicas que interrumpen el significado puro y definitivo: el concepto de verdad sin sentido de lo trascendental, de lo uno y de lo otro, que existe por sí mismo y se esconde detrás de todos los juicios, de todas las metas y de todas las aspiraciones de la razón, de la engañosa ilusión de la razón, y que no necesita nada para ser: es la voz del silencio, esa voz que no se rompe nunca, concebida fuera de todo fundamento, que no quiere decir ni oírse hablar. Solidaria consigo misma. Es la fisura del único aconteci­miento trascendental, o quizá debería llamarse del único no-acontecimiento trascendental. Dicho de otro modo: la engañosa situación del presente invade la problemática situación universal, problemática por su <<negatividad histórica>>, posibilitando la propia tematiza­ción de los acontecimientos, oscureciendo, por tanto, la noción de Verdad, que desborda sus propios límites seculares. Permanente inspiración acerca de la renovada preeminencia que indirectamente conceptualiza, sólo de forma aproximada, si se quiere reprimida, la idea de presencia, anterior a cualquier otra dimensión, si es que la hubiere, potenciando así la expresión de la excelencia del no-pensamiento. Expresión perfecta, no deformada, ausencia de significados, por insignificantes que sean, donde el rechazo de la oposición, de lo que es accesorio, superfluo y repre­sentativo, recorre la tradición hasta convertir los <<signos trasparentes>> en signos binarios, el sentido en sentimiento y la verdad en sucesión. Categorías que amenazan el olvido y se desarrollan como si fuesen la medida de todas las cosas, confundiendo la linealidad de un orden con la unidad de la Verdad, o con la verdad de la Unidad, deposita­ria de un único sentido, superando cualquier epistemología, sustituyendo el razona­miento por la universalidad, restringi­da y sin límites, un saber transparente sin formas y sin ideas, sin divisiones, sin violencia oculta, que sobreviene en la superación de la oposición, siempre originaria, no en el sentido de original, sino en el de suplementariedad, esto es, en el de suplemento que suple y lo que suple no es nada, porque no suple ni la presencia ni la ausencia, ni hace-las-veces-de ni está en-lugar-de, ni tampoco puede llenarse consigo mismo ni colmarse por medio de la supuesta insufi­ciencia de lo-que suplementa, aunque no añada nada u oculte algo sino tan sólo la intuición de la carencia, de lo que se carece y que por tanto se genera dando lugar a las distincio­nes, a las diferencias, distintas y contrastadas, siempre efímeras. Diferencias que tienen su origen en el tiempo, donde se encuentran, y no en la anterio­ridad de su concepción. Diferencias que son simplemente huellas, aunque sean pensamientos, tal vez inmejora­bles, pero pensamientos al fin y al cabo, y como tales remiten en un proceso sin límite a otros pensamientos. Pensamientos de pensamientos, pensamien­tos no-pensados, pensamientos indepen­dientes, diacrónicos, incluso trascenden­tes, metafísicamente totales, pensamientos derivados de otros pensamientos que son principio, frontera y naturaleza; pensa­mientos significativos y que probablemente no distinguen nada; pensamientos que leen y se leen, que delimitan su contorno y que dependen de las huellas de otros pensamientos, irreversibles por su tempora­lidad y confusos en sus comienzos en tanto en cuanto desdibu­jan el origen al ocultar­lo tras la expresión de su lineali­dad, configurando indefini­damente el origen del origen, o el no-origen del origen, incluso el origen del no-origen, la huella de la no-huella, el origen de la huella, la no-huella del no-origen, o la huella del origen. El origen es pues un no-origen y la huella una no-huella. El ser un no-ser y la identidad una diferen­cia, que no es signo ni es huella, ni tampoco es origen, sólo posible, tal vez pura presencia. No es proceso ni originariedad, tampoco es una pura ficción teórica, un retraso en la diferen­cia, una repetición sin conclusión. No es la marcha atrás ni la reflexión, la incompren­sión, el gesto o la reducción. No es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario