¿Desde qué bases es posible elaborar una crítica de la cultura y la sociedad?
¿Hasta qué punto tiene sentido hablar hoy de <<alternativas históricas>>
en las sociedades industriales avanzadas?
Antonio Escohotado[1]
Es posible seguir manteniendo la mirada del <<perro andaluz>> mientras la luna y las nubes transgreden el universo de nuestra conciencia en un vano intento de superar el conspicuo espectro consumista de esa unidimensionalidad propia del deseo y la ansiedad que nos ha tocado vivir en este siglo?
Sólo nos queda una posible salida a este <<confusionismo>> de la identidad, que no es otra que la desesperada apertura hacia ámbitos desconocidos; ramificaciones de la actual realidad que están más allá de la lógica que opone el bien y el mal; lo bello y lo feo. La conflagración de la vida exterior y la interior. El túnel donde no habitan moral, ni religión, ni saberes, ni verdades; el túnel donde reina una cierta creación artística, o tal vez debería llamarla la <<nueva conciencia estética de lo social>>. Donde la fantasía es configurada y lo inconcreto es comprendido.
Es ese peculiar mirar de la creación artística hacia el interior, hacia esa oscuridad en la que reside la facultad máxima de la fantasía. Es la mirada del éxtasis; una mirada helada hacia la muerte.
Es la sutil provocación de vivir otras vidas; de lucir diferentes máscaras; de asumir una nueva conciencia; de conocer y comprender la noción de límite como la universalidad, o la simple singularidad del ocultamiento que se oculta.
Una conciencia que es también proclive a la huída en pos de mundos ficticios y extralimitados sugeridos por la inaplazable necesidad de hacer de la impostura una cuestión de estilo y relevancia estética. Disfraz que ha llegado a formar parte de la identidad personal como si de una segunda piel se tratase convirtiéndose, de este modo, en el auténtico arte de esconderse, no sólo de los demás sino también de uno mismo.
Conciencia que no escapa a la tentación de suplantarse para fomentar la pantomima y la impostura, ya que su <<oficio>> y dedicación no son otros, en definitiva, que la creación de universos imaginarios y ficticios; el simulacro de mundos posibles e infinitos, verosímiles o fantásticos, para ocultar una realidad vulgar y cotidiana que a nadie hace feliz, y así poder construir o modelar su propia identidad.
Un escenario corriente de donde surge la representación. Un escenario poblado de máscaras valleinclanescas en el que pretendemos suplantarnos, como expertos fingidores, para escondernos de nuestra duda.
Se trata de un deslizamiento de apariencias y paralelismos; un movimiento que resulta fascinante para la materialización de un deambular oscuro y pegajoso, algunas veces sorprendente y otras, las más, cansino y reiterativo.
Pero ese juego ingenioso puede complicarse porque su tiempo se ve amenazado. Las cortinas de la representación se descorren para que haga su aparición un nuevo engendro intelectual cortado a la medida de las exigencias de la culturización que nos invade por doquier y que nos impulsa, sin compasión, a creernos todo lo que vemos y todo lo que nos dicen. Convirtiendo la cultura en una contraposición de manías fantasmagóricas y fugaces, reconocibles como cultos, que son fácilmente controlables y más fácilmente reconducibles hacia esferas sociales y de convivencia que nada tienen que ver con la supuesta operatividad de la libertad de la voluntad; ni tan siquiera con la programada autonomía de lo que debería ser la libertad, contradictoriamente redefinida bajo presupuestos autonómicos derivados de la necesidad y del deseo interno, en aras de una ansiada analogía de contrarios existenciales y que bien podría estar fundamentada en postulados estrictamente imaginativos, los cuales nos hacen ver como si realmente fuesen la estructura interna de la identidad personal, apareciendo incluso con valores propios, considerados como específicamente humanos y que no son más que una interesada remodelación de los viejos estatutos de todo tiempo y de toda época.
Entraríamos (entramos) así en la doblez, o en otra forma de suplantación o de impostura donde la verdad y la vulgaridad serían (son) la misma cosa; donde la formación y la información se confundirían (se confunden) en un juego dialéctico sin principio ni final ¿acaso lo hay?; en fin, donde el saber y el sentido común serían (son) engullidos por los falsos espíritus que contribuyen a perpetuar la miseria de la época.
Personas, mundos y vanguardias se construyen y se destruyen, se transforman y desaparecen a capricho para satisfacer el orden establecido.
Situaciones límites entre el ser y la apariencia, entre el ser de una manera y al tiempo ser de otra, entre el sueño y la vigilia, entre el reconocerse a sí mismos como idénticos a otros seres ajenos o reconocer su mundo como idéntico a otro paralelo y distinto.
Esta es la expresión y la duda del verdadero yo; es la controvertida búsqueda del hombre de nuestro tiempo. Es el camino que puede ser que se haya comenzado a andar inconscientemente o que haya sido dictado por la propia Historia o por el indeterminado orden social que de forma anodina y aburrida nos sugiere la época, pero es el único camino del conocerse a sí mismo.
El análisis del yo, en su sentido metafísico o moral, se desarrolla entonces desde la observación distanciada de la propia identidad.
Desdoblamiento y suplantación forman un introspectivo mecanismo de autorreflexión. Es como mirarse en un espejo y ver detrás de él nuestra sombra, concediendo a la imagen reflejada un nombre y a la sombra otro que, a partir de ese momento, nos suplantará el pensamiento.
Es la dialéctica con uno mismo para tratar de encontrar la ansiada claridad; es preguntarse el porqué de las cosas, el qué de su ser o de su no ser, o de ambos a la vez, o de ninguno de los dos; es el disfraz de su creación para ocultar la duda que le obsesiona; la duda que nos obsesiona.
Es no aceptar la cultura como un bien de consumo; es pulverizar el deseo para no dejar que la necesidad se eleve por encima de cualquier otra cosa demandando no sólo igualdad de oportunidades y libertad (aunque la igualdad de oportunidades sea realizada a costa de la libertad individual), sino la posibilidad de huir del Estado del Bienestar a través de la anodina música de fondo que nos tararea el consumo y la propaganda bien dirigida.
¿Qué es lo que nos queda? La estética de lo vulgarmente mundano.
<<La belleza -decía Schelling- es lo infinito representado de modo finito>>[2]. La belleza (podría también denominarla estética, con ciertos matices), disfrazada o no, sistemática o escrupulosamente irreflexiva, metódica o consumista, formal o rebelde, es el intento de escapar de lo determinado, de lo establecido, de lo vulgarmente aceptado.
Esa conciencia estética de la autorrepresentación es buscar el paraíso perdido; es buscar la libertad sin límites, incluso desesperadamente, en las sociedades democráticas en las que todo está permitido. Es la pura contemplación de lo que hay, alcanzando el éxtasis de la creación en tanto en cuanto se sabe que es autocreación; es la propia consideración de la inercia cognoscitiva como radicalmente opuesta a lo que es, a lo que fue y a lo que debería ser.
<<El arte -decía Schiller- es una introducción a la libertad>>[3]. La ruptura con el presente para escapar de la mediocridad. La reiteración inconformista de la Eterna Vanguardia para reencontrarse, una y otra vez, en el laberinto de la estética. Es lo inhumano, cruel y complicado de los que buscan el aparente sin sentido de la realidad. Es amar la Verdad en sus distintas manifestaciones pero siempre sin apellidos.
No son las formas endemoniadas de la sinrazón. Ni la formulación crítica que nos conduce al ámbito del absurdo sin aportar en el tránsito ningún espacio practicable para el análisis.
Tampoco es el temido Leviatán de todos los ocasos, sino un particular intento para hacer resurgir no sólo las culturas pasadas, sino la transformación de unas culturas en otras, asumiendo y desechando, reciclando, modificando, recuperando, conviviendo unas con otras. Asunción formal (peligroso concepto para introducir aquí) de lo enigmático, por inesperado, de la sutil reconstrucción de ese cuarto momento, tan deseado como temido, de todo proceso dialéctico, y que no es otro que el auténtico acto creativo (sea del orden que sea) de dicho proceso. El elemento irreductible que intenta neutralizar las diversas tendencias y concepciones que pululan y que de alguna manera agobian el espectro estético de un determinado orden social y temporal.
De cualquier manera, es una tarea harto difícil intentar formalizar, matematizar o simplemente estructurar dicho concepto, pues, en el fondo, está concebido desde el punto de vista del observador, sea éste quien sea, y nunca desde su creador que, en última instancia, es ajeno a él.
Entonces, cabe preguntarse si el objetivo que nos mueve es la utopía de la creación o la vanidosa contemplación del conocimiento descubierto a través de los invisibles hilos que mueve nuestra sensación; surgiendo, desde aquí, una última duda para poder alcanzar la comprensión (¿autocomprensión?): ¿Cómo puede haber Verdad sin Mentira?
Desde esa perspectiva, no cabe duda de que toda propuesta sobre la realidad tiene algo de hipotético, supuesto y falso: la mentira que persiste en sí misma para desvelar y autentificar hechos tan decepcionantes como poco expresivos. Es por esta circunstancia, al desprenderse de tópicos, prejuicios y métodos académicos convencionales, cuando la cultura se traduce en una excusa para penetrar en el arte, o tal vez sea la falsación del arte la que intenta penetrar en la cultura. Y ello tanto en lo que concierne a la supuesta creación en sí como a la propia biografía de su creador, por regla general tan inclinado a revestir los hechos de sombras y artificios que no son susceptibles de parecer lo que no son, hasta el grado de la inverosimilitud o la burla, atreviéndose, con el mayor de los descaros, a reclamar la sociedad como obra de arte.
Y entre todo este maremagnum de idiosincrasias políticas y sociales, estéticas y culturales, neopositivistas y vanguardistas a cualquier precio, la sociedad industrial avanza perpetuando su etérea estructura represiva, creando incesantemente necesidades de consumo, necesidades que en todo caso son siempre particulares y cambiantes.
<<... la gente se reconoce a sí misma en sus mercancías, encuentra su alma en su coche, en su tocadiscos, en su equipo de cocina...>>[4]. En los largos pasillos, en los ascensores de las casas, en las colas de los garajes y de los cines, en las calles vacías hacinadas con la autómata multitud que va y viene sin reconocerse ni reconociendo el sentido de su ir y venir. En el silencio de una habitación, una música sedante y lejana mitiga el espanto con que el hombre moderno, o mejor dicho postmoderno, acoge su soledad y renuncia de forma inconsciente el imperativo del sistema que de modo velado ordena no pasar jamás. Igual que la propaganda cuando se introduce en nuestro más íntimo reducto a través de la repetición incesante y las sugestiones más sutiles, como cuando al anunciar una bebida se coloca junto a ella un yate o al hacer la propaganda electoral un partido en el poder (cualquiera) aconseja a los votantes considerar ante todo el Estado del Bienestar o el mantenimiento adquisitivo de las pensiones.
Las proposiciones y los juicios acaban convirtiéndose en un ritual mágico y las palabras más exactas se transforman en un sonido familiar pero incomprensible en todo caso. El término revolución, el término democracia, el término paz, el término educación, por no aludir a otros aún más densos, carecen de sentido. La dominación, la administración, el saber, la religión, la diversión, el arte han devenido la misma cosa.
Hasta la cultura se ha convertido en industria e incluso en una de las más rentables, con lo cual el principio del rendimiento se instala en el corazón de lo teóricamente sublime.
Así es, y <<a la pregunta por el presente crítico de la civilización y sus manifestaciones nos lleva a un contexto más dilatado: a la pregunta por la cultura de la crisis>>[5]. Lo grave es que el ataque frontal a la cultura pasa por cultura, que la demencia es pedantemente respetuosa del genio, pero se trata de un fenómeno más de esa razonable irracionalidad característica de la sociedad tecnológica, consumista y, en última instancia, perdida en el caos de las libertades recuperadas.
La vocación innata al conocimiento es administrada de la misma manera que la demanda de electrodomésticos o de somníferos. Es el nuevo hombre <<liberado>>. Es esa chinche que tanto entorpece la vida social de la familia Samsa; la vieja innominada y curiosa que espía desde la ventana del patio a los vecinos; el funcionario escondido entre legajos y escalafones; las mentiras que rodean a toda verdad velando su sentido; la joven fea y pintarrajeada que en los días festivos recorre de arriba a abajo la misma calzada sin ser vista por nadie. Es la historia, tan lejana y tan presente, de un tal Mersault, extranjero para sí mismo, famoso por disparar a un árabe seis balas sin otro motivo que el ardiente sol del mediodía, sin otro deseo que el de encontrar en la otra vida una que se parezca a ésta. Es el incontrolado dolor de un individuo enfermo de náusea, que todo lo entendía excepto la proliferación de la existencia, o la metódica perplejidad de un médico rural atrapado entre la alegría desproporcionada de un pueblo que desconoce su precaria realidad o, en fin, la inmóvil sonrisa de aquél que, al final de su peregrinar, <<recordaba que jamás había amado, que nunca en la vida había tenido algo que considerase valioso y sagrado>>[6].
Son hombres y mujeres carentes de una dimensión interior capaz de exigir y gozar cualquier progreso verdadero de su espíritu. Son hombres y mujeres para quienes la autonomía y la espontaneidad es algo privado de sentido alguno. Sus prejuicios, si los tuviesen, tendrían un carácter meramente funcional.
No nos engañemos. Arrancar a estos sujetos de la miseria en la cual ni siquiera sospechan vivir exigiría una <<redefinición de las necesidades>>[7]; un devolver al deseo humano el norte y el sur de su fundamento, pero esto equivaldría a enfrentar a la civilización tecnológica con su propia irracionalidad, tan cuidadosamente aderezada de eficiencia; acontecimiento que Marcuse no duda en designar con ironía como <<catástrofe de la liberación>>[8].
La enorme potencia de la civilización parece haberse desviado de su fin previsible, inclinándose hacia sistemas de manipulación y control donde la servidumbre se convierte en verdadera meta última del todo, y en la que se ha logrado lo que ninguna otra civilización ha logrado a lo largo de la historia: resolver el conflicto entre el deseo y la necesidad, pulverizando el deseo para reconvertir las necesidades en una pura vocación social.
De esta manera, las esperanzas de un cambio parecen estar de antemano condenadas al más absoluto (término un tanto embarazoso y de connotaciones imprevisibles si se lleva hasta sus últimas consecuencias) fracaso, y las protestas directas y solapadas contra las formas actuales de organizar la vida resultan no sólo completamente utópicas, lo que sería previsible y de fácil solución, en la medida de que uno puede ignorarlas sin sentirse un desheredado de la fortuna sino un adelantado de su tiempo, sino también intrínsecamente contradictorias, creando por ello un profundo malestar en la consideración misma del YO y por ende en las confusas manifestaciones de masas, tratándolas de rebautizar de culturales cuando, a lo sumo, serían pseudoculturales.
Pero nos queda una esperanza, al fin y al cabo siempre hay una esperanza: la perspectiva y la posibilidad más que probables de construir una sociedad distinta. Una sociedad que reclame para sí una nueva conciencia humana (ya se está viendo y viviendo entre las generaciones más jóvenes). Se trata, de hombres que hablen una lengua nueva, que acojan inclinaciones y gestos diferentes, de sujetos que hayan edificado en el interior de sí mismos una barrera natural opuesta a la crueldad, brutalidad y fealdad, tan característica de los tiempos actuales.
Marcuse deja volar su pensamiento, y nos ofrece, en forma de contenido de la conciencia correspondiente a la nueva sensibilidad (pues de sensibilidad se trata), una serie de intuiciones. La primera y más fundamental de las cuales la expresa así: <<En el límite, la ciencia se convertiría en arte, y el arte daría forma a toda la realidad>>[9]. Una realidad configurada por el arte en la que el mundo sería libre, pues allí donde domina el arte rigen las leyes de la belleza y los límites de la realidad son transgredidos.
<<Es el "reino ideal" que hay que defender contra toda limitación, incluso contra la tutela moralista del estado y de la sociedad>>[10].
Sin embargo, esta libertad de lo bello no es ya la oposición irreductible entre el sujeto y el objeto, la autonomía y la naturaleza, sino la reconciliación verdadera de los contrarios, que exige un universo donde el juego y la belleza se conviertan en formas de existencia y, por tanto, <<en Forma misma de la sociedad>>[11].
El actual momento del mundo no admite sino una doble alternativa: o bien triunfa el universo consumista y de explotación maquillada, o bien el de una nueva civilización libre y bella, donde la dimensión estética constituya la exacta y determinada negación de la sociedad actual. Una dimensión que no se ofrece libre e indeterminadamente a una interpretación dependiente del propio estado de ánimo, sino que nos habla con un significado bien determinado. Y lo maravilloso y misterioso de su entorno es que esta pretensión determinada no es sin embargo una atadura para nuestra conciencia, sino precisamente lo que abre un campo de juego a la libertad para el desarrollo de nuestra capacidad de conocer.
Mas, cabe una última pregunta: ¿qué haría la gente en una sociedad libre? <<Por primera vez en nuestra vida seríamos libres para pensar qué haríamos>>[12].
NOTAS:
BIBLIOGRAFÍA:
1.
Baudrillard, J.: Ensayos Políticos, Kairón, Barcelona,
1987.
2.
Bell, D.: El Advenimiento de la Sociedad Post-industrial, Alianza,
Madrid, 1973.
i. -Las Contradicciones Culturales del Capitalismo, Alianza, Madrid, 1977.
3.
Bunge, M.: Mente y Sociedad, Alianza, Madrid, 1976.
4.
Escohotado, A.: Marcuse: Utopía y Razón, Alianza,
Madrid, 1969.
5.
Freud, S.: El Malestar en la Cultura, Alianza, Madrid, 1973.
i. -Tótem y Tabú,
Alianza, Madrid, 1972.
ii. -Psicoanálisis del
Arte, Alianza, Madrid, 1973.
6.
Gadamer, H.G.: Verdad y Método, Vol. I-II, Sígueme,
Salamanca, 1993.
7.
Gómez de Liaño, I.: La Mentira Social. Tecnos, Madrid,
1989.
ii. -Teorías de la Acción Comunicativa, Taurus, Madrid, 1987.
8.
Habermas, J.: Ensayos Políticos, Península, Barcelona,
1988.
i.-Ciencia y Técnica como "ideología", Taurus, Madrid, 1982.ii. -Teorías de la Acción Comunicativa, Taurus, Madrid, 1987.
9.
Hauser, A.: Historia Social de la Literatura y el Arte, Vol.
III, pág. 275-311, Guadarrama, Madrid, 1969.
10. Marcuse,
H.: El Hombre Unidimensional, Sur,
Buenos Aires, 1967.
i. -Vers la Liberation, Les Editions de Minuit,
París, 1969, pág.
208.
ii. -El Marxismo Soviético, Alianza, Madrid, 1969.
iii. -Psicoanálisis y Política, Península, Barcelona, 1969.
iv. -La Agresividad en la Sociedad Industrial Avanzada, Alianza, Madrid, 1974.
v. -Razón y Revolución, Alianza, Madrid,
1973.
11. Marcuse,
L.: Filosofía Americana, Guadarrama,
Madrid, 1969.
12. Marchán
Fiz, S.: La Estética en la Cultura Moderna, Alianza,
Madrid, 1987.
13. Marx,
K.: El Capital, Vol. I-II, EDAF,
Madrid, 1973.
14. Mitcham,
C.: ¿Qué es la Filosofía de la Tecnología?, Antrhopos, Barcelona, 1989.
15. Roszak,
T.: El Culto de la Información, Crítica, Madrid, 1989.
16. Subirats,
E.: El Final de las Vanguardias,
Anthropos, Barcelona, 1989.
i. -La Cultura como Espectáculo, FCE, Madrid, 1988.
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