Dios no es la fuente de una promesa, ni la amenaza de condenación: es el todo sin fronteras que incluye la nada;la nada del alma, por el amor[i].
La
civilización moderna, materialista y técnicamente desarrollada, es hostil a la
búsqueda de otra realidad que no sea la que pueden medir sus aparatos.
Cualquier manifestación de una realidad distinta es rápidamente negada y
etiquetada: se trata de una alucinación del inconsciente colectivo, del delirio
existencial. Y sin embargo, esa otra realidad es inextinguible y aflora
tercamente cada día en los más variados terrenos, no sólo en el alma de quien
la busca incondicionalmente sino también en las distintas ciencias que
determinan esta terca civilización moderna[i].