martes, 29 de noviembre de 2016

Ser inacabado

El principio esperanza, obra de Ernst Bloch, fue escrita entre 1938 y 1947 durante su exilio en los Estados Unidos de América, y posteriormente reelaborada tras su retorno a Alemania. Sin duda, constituye, indiscutiblemente, uno de los legados filosóficos mayores del siglo xx.
Es una obra escrita de una manera sencilla, sin deseo de ostentación de conocimientos, donde se tiene la sensación de hablar con una persona que hizo su camino, acompañado de la esperanza; unas veces ilusionado, otras, desencantado.
Bloch reflexiona sobre la dimensión utópica del ser humano en conexión con la filosofía marxista, pero el alcance de su indagación va mucho más allá de cualquier ortodoxia ideológica para convertirse en una profunda investigación sobre los aspectos esenciales de la frágil existencia humana.

Siendo un buen punto de partida para comprender las ideas centrales de la metafísica del todavía-no-ser de Bloch, partir de lo que nuestro filósofo a menudo llama la experiencia de "la oscuridad del momento vivido". Con ello se refiere, a pesar de la semejanza en un primer momento, no al Dasein, el ser-ahí arrojado, de Heidegger y su angustia, ni a la tensión desgarradora de Sartre entre esencia y existencia, aunque estos enfoques también tratan de responder las preguntas eternas: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera?" con que inicia El principio esperanza. La forma en que expresa Bloch este punto de partida incluye la clave de su abordaje que desarrolla a lo largo de su obra entera: Soy. Pero no me tengo. Por eso ante todo devenimos.
En el proceso de entenderse, de aclararse a sí mismo, el ser humano se descubre no simplemente como ser-en-camino, sino como ser inacabado, es decir: abierto hacia el futuro, el cual empieza en el presente vivido.
A pesar del utopismo de Bloch, está claro, que su obra emplea como gozne la categoría de posibilidad, luego, la utopía es realizable en tanto es realizable como posibilidad. Una posibilidad que no reside, como en Sartre, en el hombre, sino que está en la materia, en lo exterior. Exterior que nos permite evaluar cuáles son las posibilidades que se nos presentan hacia una mejora determinante en la vida humana. Bloch explota así la posibilidad dirigida a un mundo mejor, porque la característica central del ser humano es, precisamente, el anhelar una vida mejor, el “soñar despierto.
La utopía como un ideal para mejorar la sociedad, la persona. Como antítesis de la utopía, Bloch, nos presenta la nada. Ese vacío que conocemos bien cuando nos faltan motivos para seguir adelante, metas por cumplir, y cuando todo lo que nos rodea parece inmodificable. Hasta que en un momento dado, aparece otra vez el deseo, la esperanza e incluso, por qué no, hasta la utopía de un mundo mejor.
Después de Auschwitz y el Gulag, Bloch nos enseñó a leer de nuevo con esperanza la historia del hombre y sus sueños, no quiso de ningún modo darle la razón a los asesinos, no aceptó el nihilismo.
Bloch nos enseñó en el XX a ver la historia con ojos limpios, desde la perspectiva de la esperanza, sin recreamiento en lo negativo. Y todo ello en un pensador en el que la preocupación por el sufrimiento de los hombres fue el motivo primero de su pensamiento.
Pues bien, quizás ha llegado el momento, de luchar nuevamente por mantener vivo el deseo y la esperanza. Haciendo de los mismos, uno de nuestros principales objetivos, para no dejarnos abrumar por nuestra historia más reciente cargada de hechos terroríficos.

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