Con la subjetivización de lo estético y lo artístico,
bajo la influencia del trascendentalismo kantiano, los criterios de valor se
vuelven inmanentes a la conciencia estética, que se establece como flujo
vivencial desde el que se valora todo lo que se ofrece como arte.
La experiencia estética es también un modo de
autocomprenderse por el que comprendemos algo distinto, o sea, accedemos a la
unidad y objetividad de eso otro.
El mundo que encontramos en la obra de arte no es un
universo extraño al que nos ha trasladado la fascinación o el hechizo de una
alucinación, sino nuestro propio mundo aunque en una forma que nos permite
conocernos mejor a nosotros mismos.