Con la subjetivización de lo estético y lo artístico,
bajo la influencia del trascendentalismo kantiano, los criterios de valor se
vuelven inmanentes a la conciencia estética, que se establece como flujo
vivencial desde el que se valora todo lo que se ofrece como arte.
La experiencia estética es también un modo de
autocomprenderse por el que comprendemos algo distinto, o sea, accedemos a la
unidad y objetividad de eso otro.
El mundo que encontramos en la obra de arte no es un
universo extraño al que nos ha trasladado la fascinación o el hechizo de una
alucinación, sino nuestro propio mundo aunque en una forma que nos permite
conocernos mejor a nosotros mismos.
El arte es conocimiento, y la experiencia de la obra de
arte permite participar en ese conocimiento.
En la experiencia del arte, dice Gadamer, se da una
pretensión de verdad diferente de la de la ciencia, pero seguramente no
subordinada o inferior a ella. Es decir, la experiencia del arte es una forma
especial de conocimiento, distinta, a la vez, de la del conocimiento sensorial
(que proporciona a la ciencia los últimos datos con los que construir su
conocimiento de la naturaleza), de la del conocimiento racional de lo moral, y,
en general, de cualquier conocimiento conceptual.
Es necesario reformular el concepto de experiencia de un
modo más amplio, para que la experiencia de la obra de arte pueda ser
comprendida también como experiencia de verdad. Lo que entra, pues, en juego
aquí es, en último término, una nueva formulación del sentido de la verdad.
En resumen, para llevar a cabo esta reformulación del
problema de la verdad de la experiencia estética, la primera condición es
superar la interpretación subjetivista de la conciencia estética, y entender la
experiencia del arte como verdadera experiencia.
Hay que entender todo encuentro con el lenguaje del arte
como encuentro con un acontecer inconcluso y como parte, al mismo tiempo, de
este acontecer. Esto no significa que la interpretación de la experiencia
estética desde el horizonte del tiempo se temporalice tan radicalmente que ya
no se pueda dejar valer nada estable o perdurable, sino simplemente que el
encuentro con la obra de arte ha de comprenderse por referencia al tiempo y al
futuro.
La experiencia de la obra de arte implica un comprender, representa
por sí misma un fenómeno hermenéutico, y no en el sentido de un método
científico. Pues el comprender forma parte del encuentro con la obra de arte. Tal
pertenencia sólo puede ser iluminada partiendo de una elucidación del modo de
ser de la obra de arte.
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