sábado, 4 de febrero de 2017

La epidemia de la violencia

La violencia, practicada de forma brutal o refinada, ha sido, esencialmente, el procedimiento con el que se ha seleccionado al tipo de hombre predominante en Europa, y con el que se ha dado forma a nuestra cultura configurándola como es.

Es una tiranía ejercida mediante la violencia, entendiendo en este caso la violencia como lo totalmente opuesto a la auténtica fuerza. Porque mientras que lo característico de la fuerza es ejercerse espontáneamente de manera activa y creadora, lo propio de la violencia es ser siempre reactiva, es decir, desatarse nada más que para negar una realidad que el débil no tiene la fuerza de asimilar, y que le hace sufrir.


Nietzsche comprende el proceso concreto en virtud de cual el hombre europeo se ha convertido en lo que ahora es, como un proceso de Zähmung. Y la principal observación que hace en relación con esa domesticación es que ha sido lograda y conseguida mediante el ejercicio de la violencia, de tal modo que los individuos han introyectado la violencia como condición de vida, que pasa así a formar parte constitutiva de sus instintos, de sus reacciones espontáneas, de sus comportamientos, de su lenguaje, de sus gustos y de sus ideas.

En esta situación de decadencia, el individuo domesticado, ese “animal enfermo” que es el europeo de hoy, reproduce incesantemente los dos tipos principales y englobantes de violencia que pueden darse: por un lado, la violencia externa o “fundacional”, que es aquella por la que un nosotros mantiene su cohesión y refuerza su estabilidad y permanencia dirigiendo la agresividad de sus miembros hacia fuera, hacia los otros; y, por otro lado, la violencia interna al grupo o violencia interpersonal en la que, en una amplia gama de grados y de intensidades, los individuos buscan en la tortura o en la destrucción de otros individuos o de sí mismos el paroxismo de una experiencia de absoluta dominación.

El modo en que se ha producido la domesticación, la moral y los valores que han servido para ello han producido en los individuos la incorporación de la violencia como instinto, que se consolida como reacción espontánea en su modo de pensar, de sentir y de actuar.

Una parte importante de actos violentos tienen su origen en ese instinto gregario que tiende a reducir cualquier diferencia a la identidad, a costa de anular y suprimir esa diferencia.

Expresiones de esa violencia son las que se producen cuando el sentimiento de pertenencia al grupo es lo que da al individuo sus más profundas señas de identidad.

El otro grupo de manifestaciones de esta violencia introyectada por nuestro proceso de culturización es la que tiene su origen en los conflictos internos del propio individuo, lo cual sólo a efectos expositivos se puede diferenciar de la violencia derivada de las tensiones de la colectividad. En la realidad, ambos tipos de violencia están conexionados y se retroalimentan el uno al otro.

Nietzsche supo identificar el malestar de nuestra civilización como una patología que heredamos y
que se nos contagia en el proceso de socialización. El modo concreto en que ha discurrido el proceso de civilización europea es el que ha hecho incorporar la violencia como instinto en los individuos; ha sido la moral cristiana y sus valores la causante de la enfermedad y de su contagio.

De ahí que Nietzsche no vea más solución que una terapia como inversión de esos valores, terapia que consiste sustancialmente en una reeducación de los instintos en vistas a su saneamiento y sublimación.
Nietzsche llama también a esta transvaloración “renaturalización”, para dar a entender la necesidad de acabar con la desconfianza, el miedo y la represión de las fuerzas instintivas para sustituirlos por la confianza y la integración de las propias energías pulsionales.

2 comentarios:

  1. En las reacciones para calificar los distintas aportaciones sepodría poner una que dijese: ¡magnífico!

    ResponderEliminar