lunes, 8 de mayo de 2017

La Ética en Sócrates y en Séneca




 Este enunciado trata la isomorfia entre el pensamiento de Sócrates y el de Séneca. Pero antes de enumerar las similitudes de uno y otro, creo que es importante acercarse a ellos primero por separado y buscar el diálogo individual.

¿Por qué es importante para los hombres de hoy acercarse a Sócrates?
Una de las razones podría ser el interés por su vida, que tan discutida ha sido y que armonizó perfectamente con sus doctrinas y enseñanzas, siempre en busca de la verdad. Sobre todo si pensamos en la época que le tocó vivir, dónde estaba en peligro la perdida de toda moralidad a causa del poder y del éxito. Lo que, innegablemente, tiene cierto parecido con nuestra época respecto a la pérdida de los valores morales.
Se puede decir que la época de Sócrates fue en cierto modo una época de la Ilustración siempre que se entienda por Ilustración un deseo consciente, que se apodera de los espíritus más sobresalientes de una época, de liberar a los hombres de las opiniones y usos heredados de sus mayores y situarse con plena independencia frente a la tradición. Lo que tuvo una gran importancia en el desarrollo posterior de la filosofía.
Fueron los sofista unos de los primeros causantes de este giro. Estos pretendían enseñar la areté, en particular la areté política, Querían enseñar cómo hacer para lograr éxito y poder. El desarrollo de este individualismo sin límites por parte de los sofistas, donde parece, entre otras muchas cosas, la atrevida afirmación de que toda moralidad y todo derecho se basan en convencionalismos.
Sin embargo, precisamente esta revolución del espíritu, que lo ponía todo en duda, que atentaba contra lo más recóndito y característico de la nación griega, es lo que provoco la obra de Sócrates, cuyo pensamiento surgió de una profunda reacción contra la concepción del mundo de los sofistas.
Su entrada en escena significa una de las revoluciones más ricas en consecuencia de la historia de la filosofía.
Sócrates es el primero en establecer los conceptos igualmente verdaderos para todos los hombres y llega a convertirse en el fundador de la ciencia de lo general, de la lógica. De esta manera encuentra en los conceptos una norma general del pensamiento humano, que, fuera de la arbitrariedad del sujeto individual, está situada por encima de él y, sin embargo, está viva en el mismo. Pero estos conceptos, como, por ejemplo, el de la justicia, son algo que hay que encontrar, pues Sócrates no cree ya poseer la verdad, sino que se encuentra continuamente en persecución de ella, y cuando realmente ha encontrado una parte de verdad, brota de ésta otros nuevos enigmas.
Él vive en la firme convicción de que tiene que haber una verdad absoluta, capaz de ser captada por el hombre. Para Sócrates la areté es la virtud que identifica con el conocimiento. Por eso Sócrates es el ejemplo típico del buscador de la verdad, el primer filósofo en el verdadero sentido de la palabra, que está convencido de la existencia y de la cognoscibilidad de estas verdades.
De aquí surge la forma del diálogo que Sócrates, incansable interrogador, sabe conducir con extraordinaria maestría representando el papel del ignorante que únicamente sabe que no sabe nada, pero que al mismo tiempo está firmemente convencido de la fuerza probatoria de los fundamentos racionales al buscar la verdad y de las exigencias que brotan de ellos en el pensar y en el obrar del hombre. Es decir, en Sócrates existe una isomorfia entre el conocer y la forma en la que el hombre vive su vida.
Para él el conocimiento no consiste en una teoría contemplativa, alejada de la vida del hombre, alejada de su vida social e individual, sino que de lo que el hombre sabe depende todo lo que el hombre hace. Es el saber lo que le mueve al hombre. Es lo que denominamos como optimismo antropológico.
Pero este inaudito arte de la dialéctica que Sócrates practicó por primera vez, no es sólo un ingenioso juego de pensamientos y palabras, sino que tiene un único contenido, una meta a la que conducen todos los senderos de la dialéctica. Esta meta es la moralidad. Moralidad que para él es sinónimo de saber.
A esta ley moral tiene el hombre que obedecer, tiene que seguir al Logos, en todas las ocasiones de la vida y sin temor a equivocarse. Aquí se manifiesta claramente el carácter intelectual de la ética socrática que posteriormente será denominado por Hegel como Intelectualismo Moral.
El que lucha siempre por seguir a este Logos, practica la virtud (el conocimiento). Porque ésta, la tan famosa areté, descansa en última instancia sobre el saber, es decir, sobre la recta inteligencia, de la misma manera que a la inversa toda maldad proviene de la ignorancia, a consecuencia de lo cual el hombre valora falsamente las cosas.
Sócrates va aún más allá. Dado que la virtud descansa en un saber, no cabe duda para él que tiene que ser también posible enseñarla. Por supuesto que este “poder enseñarse” se ha de entender en el sentido de someterse por su propio esfuerzo intelectual a la ley de la razón, a la lógica, que existe en él lo mismo que en los demás seres racionales, y hace suyos los presupuestos y las conclusiones de su “maestro”, de ahí el empleo de la mayéutica en los diálogos de Sócrates con sus conciudadanos.  
Pero, ¿cómo resuelve Sócrates el problema de qué es lo bueno, qué es aquello que es verdaderamente útil al hombre? Sócrates se deshace de todos los viejos valores, que para él no valen nada comparados con el alma del hombre. Por eso el cuidado por la salvación del alma sobrepasa infinitamente a todos los otros valores. En este Punto fundamental toda la vida del hombre se hace una tarea moral, una tarea por el saber, un trabajo continuo en el que el propio yo tiene que perseguir continuamente al verdadero bien que es el saber. Puesto que al hombre únicamente le puede dañar la ausencia o la pérdida del saber, que es la base de toda virtud (conocimiento).
La concepción de la vida de Sócrates trae, al mismo tiempo, una poderosa interiorización del hombre griego y con ello del hombre europeo en general. Quien como Sócrates reconoció el valor incomparable del ahora humano y la futilidad de los bienes externos, haciendo un verdadero trastrueque en todo el orden de valores, traslada las tareas más elevadas del hombre, y con ello su felicidad, a su propio espíritu.
Con este optimismo antropológico y el Intelectualismo moral comienza una nueva fase en la historia del hombre. Pero este descubrimiento fue sólo posible en virtud del convencimiento fundamental de Sócrates, según el cual tiene que darse una verdad objetiva y existe además un bien y un mal, absoluto.
Sócrates separó la Ética de la Religión, haciéndola autónoma y uniéndola con el Logos, con la razón, patrimonio de todos los hombres y ley inquebrantable.
Respecto a la religión, Sócrates había superado el politeísmo antropomórfico al rechazar los mitos antropomórficos de las épocas primitivas. Sin embargo, no se atreve a atacar a las más sublimes figuras de la religión griega, por muy inclinado que aparezca hacia una concepción monoteísta. En lo más profundo de sí mismo está convencido de que tanto en el suceder universal como en el destino humano, impera una razón suprema de la que la nuestra es una copia. De ahí su firme creencia en un orden divino que aquí aparece como un convencimiento profundo de que todo el devenir y el suceder del mundo tiene, en última instancia, un sentido lógico.
Su íntima confianza en la sabiduría divina y la resignación ante el destino que la divinidad envía al hombre es un rasgo esencial para formarse una idea del porqué se puede creer que Sócrates entendió su actividad moral y su función educativa ente sus conciudadanos como una vocación que le había sido otorgada por los dioses. Él no sólo se dirige solamente como lógico a la razón de los demás, sino como estimulador de la moralidad (del saber), es decir, como un sacerdote lleno de piedad sublime en lo más profundo de su intimidad.
Cabe por último preguntarnos ¿cómo concibe Sócrates las relaciones entre individuo y Estado?
Para él el Estado es la más grande y sublime comunidad humana, al que se encuentra en una profunda, íntima y personal relación y se siente atado a él por los más sagrados lazos y, por consiguiente, obligado a él. Todas las otras relaciones terrenas son inferiores, por lo que hay que obedecer a las leyes del Estado mucho más que a cualquier otro mandato. Tal manera de pensar la expresa Sócrates al enfrentarse con la injusta condena y al rechazar con inflexible firmeza la posibilidad de la huída.
Sócrates vivió con su optimismo antropológico e intelectualismo moral que enseñaba y que mostró hasta la muerte.
Muerte que ha sido muy discutida, pero que consideró que sería otro tema digno de tratar en un enunciado aparte.

¿Por qué se aproximan los hombres de hoy a Séneca?
Una de las razones podría ser el interés por sus antepasados para buscar en ellos respuestas a los interrogantes del hombre de hoy. Especialmente si uno esta convencido de que la recepción de nuestra tradición y en especial la apropiación de la herencia del clasicismo greco-latino, que implica más que el mero conocimiento erudito de una historia pasada, dado que aquella tradición entra a formar parte de la propia conciencia de nuestro presente.
Bien es cierto que los tiempos de Séneca fue una época de transición y de crisis de valores, tiempo de inseguridades, de contradicciones y de arbitrariedades. No podemos negar que entre aquel y nuestro hoy existen afinidades y parentescos. Pues también esta época en la que vivimos es tiempo de transición en el que abundan los asosiegos y la pérdida de sustancia moral.
Este es precisamente el talante peculiar de los periodos de transición, cuando el mundo de los valores sobre el que se venía funcionando tiende a desaparecer y el que ha de sustituirlo no presta aún ninguna solidez. Es evidente que tal es la condición de nuestra época, semejante en ello a la de Séneca, en la que los valores sobre los que se cimentó el clasicismo greco-latino se encontraban en quiebra y los de la cultura que los desbancó, el cristianismo, aún estaban por llegar.
Por lo tanto, la época de Séneca fue tiempo de transición como el nuestro, en el que los hombres de transición más representativos de entonces eran poseedores de la degradación progresiva del Imperio y de la desaparición de los grandes ideales éticos y políticos de la vieja Roma.     
De ahí el recurrir de los mejores en pro de un rearme moral de aquella sociedad decadente, en la que Séneca actúa como una caja de resonancia de preocupaciones y desvelos. Él vivió, como pocos, el inevitable conflicto entre ideales humanistas y pragmatismo político, experimentó las angustias de una existencia destintada a la muerte. Se acercó a la experiencia religiosa como alternativa salvadora posible y se evadió de la falta moral que le rodeaba, refugiándose en la soledad del ensimismamiento. Por todo esto, Séneca se convirtió en nuestro contemporáneo.
Séneca diseñó los rasgos de su ideal humanista: racionalidad, virtud, honestidad, clemencia, serenidad, laboriosidad y un largo etcétera en esta dirección. También es cierto que la tensión entre lo que es y lo que debe ser disocia también su personalidad. Oscila entre los hechos y los ideales, victima de la propia ambigüedad. Aunque siempre consciente de que Roma precisa de una cultura moral. Es por lo que lanza su oferta de proyecto moral. A pesar de ello, Séneca se ve rodeado por la tentación del poder y la corrupción del dinero con toda su fuerza seductora. Ante la fortuna voluble e ingrata no resta otra salida que la huida hacia la propia interioridad. Cuando la arbitrariedad de la fortuna oscila sobre la existencia personal, el ensimismamiento se ofrece como solución posible a quienes buscan libertad. Dicho de otra forma; si la sociedad carece de valores éticos solamente queda el individuo en solitario como posible refugio de los mismos.
Ésta es precisamente la situación en la que Séneca, estoico al fin y al cabo, descubre la autonomía del hombre como tesoro exclusivo de la libertad. El ingreso en el “sí mismo” le permite descubrir socráticamente que las convicciones personales, como exigencia de conducta, reclama prioridad sobre las convenciones sociales.
Es precisamente esa búsqueda de sí mismo la que conduce a Séneca al encuentro con la filosofía. De haber existido una filosofía latina hubiese sido Séneca, sin duda alguna, su representante más legítimo. Pues precisamente en una sociedad a la deriva, la filosofía competía en la Roma Imperial con las ofertas doctrinales de las religiones orientales, Séneca se acoge a la tradición estoica convirtiendo el legado de Panecio en forma mental del pueblo romano. Séneca sintonizo con el pueblo y le ofreció una moral del sentido común, del equilibrio honesto, del prudente justo medio.
La reflexión, en vez de ser divagaciones teóricas, se torna en el programa del “buen vivir”, vida honesta que aporta serenidad del ánimo y felicidad.
El “saber vivir” del sabio proporciona la “vida feliz”. Arrojado en brazos del destino goza de la libertad suprema y contempla impasible la transitoriedad de lo humano. Y al participar en la racionalidad divina del cosmos, el sabio comparte la naturaleza de la divinidad.
Bien es cierto que aún en vida de Séneca su personalidad fue objeto de controversias. Y si nos paramos a pensar podríamos decir que ha sido un maestro de la simulación, ya que su vida no se ajustaba en nada a su doctrina.
Ha sido acusado de doblez y ambigüedad, ya que condenaba a los cortesanos y se convirtió en uno de ellos, censuró a los ricos y acumuló una inmensa fortuna, criticó a los aduladores y practica en grado elevado la adulación, condenó el adulterio y fue amante de princesas y emperatrices, mostró incluso, tendencias homosexuales.
¿Realmente nos encontramos con un Séneca de “doble personalidad”? Esto podría ser un tema bastante discutible al igual que difícil de dar unos razonamientos verdaderos al respecto. Lo que si se puede decir con certeza sin caer en la idolatría ni en excesiva crítica es que sin duda alguna fue humano, con toda la carga que conlleva serlo.
¿Cómo se puede construir la verdad del pasado en su objetividad total? Si la verdad de lo presente difícilmente coincide con la representación mostrenca de las cosas, tanto menos resulta recuperable la verdad del pasado, aportando por un realismo ingenioso, que se olvida de lo que cada hombre deposita del propio yo en aquella que narra o interpreta.
¿No es precisamente dicho depósito del propio yo, lo que hace posible que cada época contemple el pasado con una inmensa curiosidad?
Curiosidad que sabe que lo acontecido puede ser portador de aquella novedad que todo presente carga consigo.
Este tema se podría extender mucho más de lo aquí mencionado, pero cierto es que nos llevaría a apartarnos del enunciado principal.
Por lo tanto dejémoslo aquí por ahora y pasemos al enunciado principal, respecto a las similitudes éticas de estos dos filósofos que intentaron dar un sentido a la vida mediante la filosofía práctica, como es la ética.
            La Ética en Sócrates y en Séneca
El pensamiento de Sócrates se caracteriza por su interés por el hombre. El saber fundamental para Sócrates, es el saber acerca del hombre (de ahí su máxima: “Conócete a ti mismo”) que se caracteriza por tres rasgos: por ser un conocimiento universal válido, por ser ante todo un conocimiento moral, y por ser un conocimiento práctico (conocer para obrar correctamente). Sócrates es consciente que todo el mundo busca la felicidad y la utilidad, y la virtud consiste en discernir qué es lo más útil en cada caso. Así pues, el saber del que habla Sócrates no es un saber teórico sino un saber práctico a cerca de lo mejor y más útil en cada caso. Este saber virtuoso puede ser enseñado y aprendido porque no bastan las aptitudes naturales para alcanzar la bondad y la virtud. Su ética es racionalista. En ella encontramos una concepción del bien (como felicidad de almas) y de lo bueno (como lo útil a la felicidad); la tesis de la virtud como conocimiento, y del vicio como ignorancia (el que obra mal es porque ignora el bien; por tanto, nadie hace el mal voluntariamente), y la tesis de origen sofista de que la virtud puede ser transmitida o enseñada. De modo que lo que hemos de hacer no es castigar a esa persona sino educarla, enseñarle en qué consiste el bien. Tal como se desprende de los siguientes fragmentos:
....Quizá tú das la impresión de dejarte ver poco y no querer enseñar tu propia sabiduría. En cambio yo temo que, a causa de mi interés por los hombres, dé a los atenienses la impresión de que lo que tengo se lo digo a todos los hombres con profusión, no sólo sin remuneración, sino incluso pagando yo si alguien quisiera oírme gustosamente.                    
[Eutifrón /Platón]
....Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no prestar atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor. Los argumentos que yo he dicho en tiempo anterior no los puedo desmentir ahora porque me ha tocado esta suerte, más bien me parecen ahora, en conjunto, de igual valor y respeto, y doy mucha importancia a los mismos argumentos de antes.                                                                                            [El Critón / Platón]
....Y aunque no me creáis y os penséis que os hablo con evasivas, debo deciros que el mayor de los bienes para un humano es el ir manteniendo los ideales de la virtud con sus palabras y tratar de tantos temas como hemos hablado, examinándome a mí mismo y a los demás, pues, una vida sin examen propio y ajeno no merece ser vivida por ningún hombre, me creáis o no. Sin embargo, es tal cual os digo, pero ya sé lo difícil que es convenceros.                                                                                                            [La Apología / Platón]
Precisamente es esa búsqueda del sí mismo lo que conduce a Séneca al encuentro con la filosofía. Séneca se enrola entre los pensadores que no se contentan con interpretar el mundo, sino que pretenden cambiarlo. Para Séneca el camino que conduce a la sabiduría es doble: por una parte, la adquisición de la verdad mediante la meditación; por otra, el progreso en el dominio de sí mismo mediante la práctica de la virtud. Respecto a la enseñanza y aprendizaje sobre lo virtuoso coinciden ambos. Séneca se aparta en muchos puntos del estoicismo, aceptando elementos tomados del cinismo y del epicureismo, lo que da por resultado un eclecticismo de carácter moralista preocupado por la filosofía en cuanto ésta significa una enseñanza y un consuelo para la vida. La sabiduría no es algo innato al hombre sino algo que éste ha de conquistar con el esfuerzo.
Para Séneca la vida feliz se alcanza con la posesión del bien más precioso. Éste, por otra parte, ha de ser buscado en el alma, en la realización de lo razonable, de acuerdo con la mente sana, que fundamenta la paz y la concordia interiores. La inteligencia debe analizar y clarificar las pasiones, despejándolas de todo lo oscuro e irracional. Por eso la virtud consiste en una inteligencia que juzga acertadamente de un modo estable. En este aspecto de las doctrinas senequistas es perceptible el influjo socrático, según el cual el error y el mal coinciden. Como bien se puede ver en los siguientes fragmentos:
Para Sócrates la virtud reside en el conocimiento. Y, por lo tanto, el primer deber del hombre es obedecer la orden délfica "conócete a ti mismo", porque, como dice el maestro, "una vez que nos conozcamos, podremos aprender a cuidar de nosotros, pero si no, nunca lo haremos". Este cuidado de nosotros mismos no se refiere al cuerpo, sino al "alma", pues es ésta la que utiliza y controla a aquél, es ella nuestro verdadero yo. Y ya que el alma (entendida sobre todo como "razón") debe ser quien nos dirija y regule, el conocerse a uno mismo implica también tener autocontrol, pues no podemos cuidar de nuestro verdadero yo si estamos sometidos a los deseos y pasiones que proceden de nuestra naturaleza corporal. La doma de las pasiones, es uno de los grandes temas socráticos. "¿En qué se diferencia de una bestia el hombre sin dominio de sí e incontinente?", se pregunta Sócrates. Se trata de una idea que aparece por primera vez con él, pues en el mundo homérico los héroes dejan brotar sus pasiones e instintos violentos sin este control. Dicho de otra manera, si conocer algo es conocer para qué sirve, el conocimiento de uno mismo parte de un descubrimiento básico: que nuestro yo real es el alma y que su función es gobernar, regir o controlar. Y esta función sólo puede ser bien ejercida si este gobierno está asentado en la verdad. De aquí también que Sócrates no hable de una pluralidad de virtudes, sino de la unidad de la virtud: la sabiduría. El camino para encontrar esta sabiduría queda asimismo recogido en el precepto délfico: la búsqueda de la verdad es una búsqueda interior (eso sí, en diálogo con los otros), precedida e impulsada por el reconocimiento de la ignorancia. Veamos los siguientes fragmentos al respecto:
También para Séneca, consistirá en el dominio de la racionalidad; pero dado que el mundo “ya” es racional, la virtud es independiente de toda evolución del mundo y de la sociedad. Séneca excluye toda posibilidad de rebelión y protesta. El bien supremo es la sumisión al orden racional del mundo. Aparte de él, no hay bienes ni males, sino cosas indiferentes. En todo caso, el dolor más agudo es el más breve y con la muerte vendrá la felicidad. Las riquezas no son bienes porque están sujetas a veleidades y no dan tranquilidad de espíritu; precipitan al rico, por el contrario, en un torbellino de deseos. Para Séneca la virtud es fin en sí misma, porque es el único bien. El sabio no hace nada por el placer. Busca la virtud, y si el placer la acompaña, sabe gozarlo. Pero no lo constituye el fin de sus esfuerzos.
Séneca está convencido de que al usar la razón  para someter a los apetitos, el ser humano se manifiesta como ser libre, se diferencia de la bestia y muestra su cara humana. La felicidad es para Séneca el autocontrol, frente a la obvia presencia del devenir y el tiempo.  La felicidad se concibe entonces como una fuerza interior regulada por la razón.  Así, para Séneca,  la felicidad radica en la autosuficiencia e independencia de los placeres y de las emociones que  perturben al  alma. Tal como indican sus propias palabras.
La grandeza filosófica de Sócrates reside, entre otras cosas, en su descubrimiento de este yo real del hombre que debe gobernar en nosotros y de una moral de aspiración espiritual que ocupe el lugar de la moral entonces imperante, basada en la coacción social. Su objetivo principal fue llevar a cabo una reforma moral de la polis, poniendo como punto de apoyo el saber. Por lo que es imprescindible definir con precisión los conceptos (justicia, valor, bondad, etc.), a fin de hacer posible el acuerdo sobre temas morales y políticos, y es que sólo sabiendo qué es la justicia, se puede ser justo. El método socrático se encaminó a la construcción de definiciones, las cuales deben encerrar la esencia inmutable de la realidad investigada. El procedimiento para llegar a la definición verdadera es inductivo: examen de casos particulares y ensayo de una generación que nos dé ya la definición buscada.

Séneca se interesa menos por la construcción de definiciones que por la moral en sí.  Para él sólo es feliz el que, dejándose guiar por la razón, ha superado los deseos y los temores. La virtud debe desearse por sí misma, no por otra cosa; el premio de la virtud es la misma vida virtuosa y razonable que nos pone al abrigo de las turbaciones. La moral exige extinguir los deseos desordenados, especialmente la ira. El sabio debe esforzarse por mantenerse impávido. No se le exige una insensibilidad, pues perdería su condición humana, pero debe soportar las adversidades. No ha de tratar de reformar el mundo, que tiene sus leyes necesarias, sino procurar adaptarse a sus exigencias.

Respecto a la política, defiende como la mejor garantía de las virtudes morales la obediencia a las leyes de la ciudad de la que uno forma parte. Sócrates observó cómo las virtudes tradicionales de moderación y respeto por las leyes, se debilitaban a la par que se imponía el comportamiento político individualista y demagógico, cuyo correlato teórico veía en las doctrinas sofistas. Preocupado por la decadencia de la polis, su objetivo principal fue recuperar el compromiso del ciudadano con la polis. Respetar la ley es respetarse a uno mismo.                                                                                   Sócrates fue obediente con las leyes de Atenas, pero en general evitaba la política, contenido por lo que él llamaba una advertencia divina.
Creía que había recibido una llamada para ejercer la filosofía y que podría servir mejor a su país dedicándose a la enseñanza y persuadiendo a los atenienses para que hicieran examen de conciencia y se ocuparan de su alma.
Tal fue su obediencia, que dio ejemplo con su  vida: Sócrates acatará la condena, sin querer escapar, por ser fiel al pacto asumido con las leyes de su ciudad. Sí bien es cierto que no fue ningún personaje político ni un hombre poderoso en el sentido de la palabra, fue precisamente su dedicación la que hizo que resultase ser una persona “incómoda”, sobre todo para los que decían saber y después quedaban despojados de dicho saber una vez haber pasado por sus “interrogatorios”. Eso y su fidelidad a su propia doctrina hicieron de él una persona “incontrolable” para los que ostentaban el poder. Persona que no se dejaba coaccionar por nada ni nadie. Por lo que se optó por “deshacerse de él” por medio de una acusación de impiedad y de corromper a la juventud. Cosa que no sorprendió para nada a Sócrates, de hecho en El Gorgias, él mismo anticipa dramáticamente su propio juicio y muerte, porque dice a los atenienses lo que es bueno para ellos y no lo que ellos desean oír.
En el mismo contexto también es digno de mención La Apología que es toda una fuente importante en relación con la vida, el carácter y las opiniones de Sócrates. En realidad se trata más bien de un desafío que de una defensa o bien de una defensa de la vida y la enseñanza de Sócrates y que de las verdaderas acusaciones sólo trata brevemente y con un cierto desprecio.
El caso de Séneca respecto a la política es completamente opuesto. De acuerdo con la doctrina estoica el hombre virtuoso puede y debe participar en la vida política de la ciudad; pero ¿qué sucede cuando no hay poli ni civitas, sino un Imperio regido por un individuo de condición moral sumamente imperfecta? ¿no será entonces preferible que el sabio, despreciando la actividad política, se retire al ámbito privado? En el De Otio de Séneca se plantea esta cuestión con toda precisión: ¿qué ocurre cuando los obstáculos para participar en la vida política no surgen del mismo sabio, sino de que “faltan ocasiones de actuar”? Por una parte, desde luego, el alejamiento de la vida pública tiene grandes ventajas y muy particularmente que permite reflexionar.
Séneca acepta la tesis fundamental del estoicismo (“Solemos decir que el mayor de los bienes es vivir de acuerdo con la naturaleza”), pero añade que la naturaleza nos engendró para la contemplación y para la acción.
En las situaciones adversas el sabio se retira de la vida política y alejándose de los cargos oficiales el intelectual se convierte en una especie de guía o director espiritual.
Para la persona virtuosa que ha perfeccionado su razón al punto de crecerse en las adversidades y mostrar en su conducta una perfecta obediencia a esa sabiduría divina que todo lo rige.
Séneca estuvo muy ligado a la política lo que llevó a la sospecha de conspiración contra Nerón, pero a falta de pruebas, éste último no se atreve a “ponerle la mano encima”, pero sí le ordena el suicidio. El mismo suicidio, aceptado estoicamente, transforma a Séneca en émulo de Sócrates. En la hora suprema el tipo de muerte deviene testimonio de la soledad con el propio yo, cuando el socrático “conócete a ti mismo” quebranta los límites de la propia verdad.
Puede decirse como regla general que el impulsor de las nuevas ideas, que indudablemente tendrá entereza moral y fuertes principios éticos, tendrá que hacer frente a las fuerzas negativas, las fuerzas y el instinto de la muerte, presentes en todos los tiempos y en todos los lugares.
Lo curioso es que tanto la filosofía práctica de Sócrates como la de Séneca nació en una época de crisis de valores, tiempos de inseguridades, de contradicciones y de arbitrariedades. ¿Será que el ser humano en épocas de dichas crisis necesite “agarrarse” a unos valores? ¿No vivimos en cierto modo, en la actualidad, también una época de crisis?


                                                                                                     

1 comentario:

  1. Hola, no sé cómo es tu nombre, pero el artículo es sumamente interesante comparando a estos dos grandes personajes de la historia. Gracias por compartirlo y enhorabuena!!! Jose Cuevas Glez.

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