Cuando leemos a
Nietzsche, en seguida nos damos cuenta que no estamos ante un filósofo más. Que
para empezar, ni siquiera nos ofrece un sistema de pensamiento o un conjunto de
doctrinas, como sería de esperar, para que estas sean aceptadas, desarrolladas
y difundidas. Y por si eso no fuese ya suficiente para descolocarnos, tenemos
también su peculiar y aforístico estilo
de escribir, que sin duda alguna no es nada fácil de digerir.
Todo esto y
muchas otras cosas, nos muestran que Nietzsche buscaba un determinado tipo de
lector. Un lector que supiese ir más allá de la provocación, de la irritación o
incluso de la seducción de su palabra, pues, ¿quien no se ha sentido así,
provocado, irritado o seducido al leerle por primera vez?
Lo que Nietzsche
busca, son mentes abiertas, libres, fuertes y con voluntad, preparadas para
jugar un juego arriesgado que obliga a revisar nuestras convicciones
habituales. Su intención no es sólo transmitir o comunicar determinadas ideas,
sino ante todo producir un sentido nuevo, que no es otro que vivir la vida.
Por todo ello,
nos acercaremos, aquí y ahora, con la paciencia y apertura que el nos pide, o
más bien, exige, a una parte de su pensamiento. En concreto a su concepción del
hombre y la del eterno retorno. Que son los dos grandes pilares de su
pensamiento filosófico.
En las próximas
páginas, veremos cómo el hombre va ligado a la vida. Vida que Nietzsche concibe
como creación y destrucción, como ámbito de alegría y dolor. Concepción, basada
en la Grecia arcaica. Ese pueblo griego antiguo que supo captar las dos
dimensiones fundamentales de la realidad, sin ocultar ninguna de ellas, y que
las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos.
Ese mundo griego
arcaico que armoniza ambos principios, considerando incluso que lo dionisiaco
era la auténtica verdad. Y es precisamente eso, lo que Nietzsche persigue; la
mezcla dionisiaca y apolínea. Una vida dionisiaca que vivifique la apolínea y
una apolínea que apacigüe la dionisiaca.
De ahí sale el
ideal de hombre, que, en un principio, para Nietzsche no es otro que el hombre
griego anterior a Sócrates. Que representa la afirmación del instinto, del
cuerpo, de la carnalidad, de la sensualidad, de la diversión, es decir, la vida
en sí tomada como un juego. Eso sí, un juego fascinante, lleno de fuerza y
voluntad, que finalmente nos llevará al "Übermensch" de Nietzsche.
Ese hombre superior que no es otra cosa, que un llamamiento, una superación,
una esperanza, que hará de la propia vida, una vida que no da miedo alguno de
vivirla una y otra vez. Y es aquí donde nos topamos con el "eterno
retorno". Eterno retorno que es el hermano gemelo del
"Übermensch", y que no es otra cosa que el amor a la vida.
Si te encanta tú
vida, si las vives hasta sus últimas consecuencias, ¿porqué no querer vivirla
una y otra vez, sin miedo alguno?
Aunque a primera
vista pudiésemos pensar que el "Übermensch" y el "Eterno
retorno" son contradictorios, ya que el primero representa lo lineal, en
principio meta, y el segundo lo circular, anulación de cualquier tipo de
finalidad, veremos que es todo lo contrario. Pues no estamos ante objetos que
se podrían contradecir, sino ante símbolos, emblemas, que se complementan y se
delimitan.
Ahora bien, antes
de comenzar ha hablar sobre el Übermensch en Nietzsche, me gustaría hacer un
pequeño paréntesis, para decir, que la traducción del "Übermensch" en superhombre, a mí entender no es muy
acertada, ya que si leemos a Nietzsche en su idioma, estaríamos más bien ante
un hombre superior, un hombre que está por encima del hombre, ¿quizá un
filósofo?, pero no un "Supermann". Es por ello, que en las próximas
páginas hablaré del Übermensch en vez
del tan conocido "Superhombre", por considerarlo una traducción más
exacta. Dicho esto, pasamos, pues, al tema en cuestión.
Es sabido, que el
hilo conductor, el alfa y el omega, de toda la filosofía de Nietzsche, es el
hombre. El hombre y su postura ante la vida. El Übermensch. El paso del hombre al Übermensch. Ese paso, que se encuentra expresado simbólicamente en
su obra por excelencia "Así hablo
Zaratustra", en el primer discurso llamado "De las tres transformaciones". También, en ese discurso,
se habla de las etapas del sujeto hacia su superación, hacia su renovación.
Manifestando una y otra vez, que "......
el hombre es algo que debe ser superado." (Z, I, De las alegrías y las
pasiones). Todo ello nos lleva a un nuevo modo de entender el hombre, a una
nueva antropología. Sabiendo, que lo único valioso que hay en el hombre actual
es su carácter de "puente" hacia el hombre superior. Y es así como
nos lo dice Nietzsche: ".... Lo más
grande del hombre es que es un puente y no un fin en sí; lo que debemos amar en
el hombre es que es un tránsito y un ocaso." (Z, Prologo, aforismo 4).
El hombre
actual, que no es otro que un ser domesticado, se convierte en lo que es,
libre, superior, autónomo, aceptando sus propios instintos, comprendiéndolos y
transformándolos para su utilidad, para convertirse así en el Übermensch. Pero para alcanzar ese
"ser lo que se es", el hombre actual ha de recorrer un camino largo y
no carente de dificultades. Este hombre nuevo, este hombre superior, sólo será
posible con una nueva moral que surgirá de la transmutación generalizada de
todos los valores actuales.
Esta nueva
moral, basada fundamentalmente en valores estéticos y sensibles, deja de lado
las preocupaciones metafísicas, que son producto de la moral tradicional,
judeo-cristiana. Pues, sólo así, será posible el surgimiento del Übermensch. El hombre superior, que
puede soportar la verdad más desnuda y más dura, la del eterno retorno.
Este hombre
superior, se exige constantemente la propia superación, a través de una
transvaloración continua. Siempre está superándose a sí mismo. Nunca será un
producto terminado de hombre, precisamente, por esa fuerza suya, constante, de
superación. Esto le distingue del resto del rebaño, de la masa. Siendo el un
artista, un inmoral, un filósofo, un inocente, un niño. Un inventor de normas
morales a las que él mismo se somete; siendo esos nuevos valores creados acorde
al mundo de la vida, permitiendo expresar adecuadamente su peculiaridad, su
propia personalidad y riqueza. No cree en ninguna realidad trascendente, ni en
un destino privilegiado para los seres humanos, una raza, una nación, o un
grupo; no cree que la vida tenga un sentido, excepto el de aceptar la vida en
su limitación, en su finitud. No está preocupado ni por el placer ni por el
dolor, ni propio ni ajeno, pues estamos ante un hombre duro consigo mismo y con
los demás. Un hombre valiente, que no huye ante nada, puesto que sabe, que de
estas experiencias puede salir enriquecido y crecer, a pesar de su fatiga. Nada
importa, si consigue su meta o no. Lo importante es, que él ha luchado por lo
que ha querido. Lo importante es su caminar, su subir peldaño a peldaño. De ese
hombre nos dirá Nietzsche: ".....
¡Mirad ahí ese hombre que desfallece! Se halla tan sólo a un palmo de su meta,
mas a causa de la fatiga se ha tendido ahí, obstinado, en el polvo: ¡ese
valiente! A causa de la fatiga bosteza del camino y de la tierra y de la meta y
de sí mismo: no quiere dar un solo paso más, -¡ese valiente!
Ahora el sol arde sobre él, y los perros
lamen su sudor: pero él yace ahí en su obstinación y prefiere desfallecer: -
- ¡desfallecer a un palmo de su meta! En
verdad, tendréis que llevarlo agarrado por los cabellos incluso a su cielo, -
¡a ese héroe! (Z, III, De tablas viejas y nuevas, aforismo 18).
Lo importante,
es saber que otros vendrá y lo harán posiblemente mejor. Si es que quieren
jugar este apasionante juego, que no es otro, que vivir la vida aquí y ahora.
Ahora
bien, ¿qué pasaría si día y noche nos persiguiese un demonio, diciéndonos: ".....que todas las cosas retornan
eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya
infinitas veces, y todas las cosas con nosotros". (Z, III, El
convaleciente, aforismo 2)
Que
esta vida, tal como la estamos viviendo aquí y ahora, tal como la hemos vivido,
tendríamos que vivirla una y otra vez. Y no sólo eso, sino que no habría nada
nuevo en ella, que cada dolor, cada alegría, cada pensamiento, cada llanto,
cada paso, se reproducirá tal cual lo hemos vivido, es decir, en el mismo orden
y en la misma secuencia, día a día, momento a momento, una y otra vez, "......de modo que todos estos años son
idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño, - de modo
que nosotros mismos somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo
más grande y también en lo más pequeño". (Z, III, El convaleciente,
aforismo 2)
¿No
gritaríamos de impotencia¿ ¿No nos volveríamos contra ese demonio maligno, con
ganas de matarlo? ¿O quizás hemos tenido una vida tan llena, que sus palabras
sean gloria bendita para nuestros oídos? Habiendo sido esa vida, y uno mismo,
tan querido, tan amado, que no deseases otra cosa con más alegría, que esa
suprema y eterna confirmación de ella.
Pero
no. No se trata de esa repetición de la vida, una y otra vez. La idea, que se
esconde detrás del eterno retorno, no es otra, que el amor que se tenga a la
vida, de la manera de vivir las cosas y el tiempo. "......
Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta
serpiente - no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante:
- vendré eternamente de nuevo a esta misma e
idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de
nuevo el eterno retorno de todas las cosas" (Z, III, El convaleciente,
aforismo 2)
Nietzsche
considere el tiempo como devenir. Pues, no ha terminado de pasar y no ha
comenzado a pasar, esta siendo, está pasando a cada momento, se repite. Y, ese
"a cada momento" que se repite, es la diferencia, el devenir.
El
eterno retorno, supone un tipo de hombre superior, en el sentido de que afirma
la vida misma en el placer y el dolor. Para este hombre nuevo es un
"eterno decir sí" de una vez por todas. Que demuestra, ante la
pregunta del demonio, al principio mencionada, que sí, que lo soportaría, que
repetiría su vida encantado tantas veces pudiera, con todo lo que conlleva, con
todo su dolor, en su totalidad. Y eso,
pues, no es otra cosa, que la muestra de su gran amor a la vida. Sólo un
espíritu fuerte, superior soportaría lo que para un espíritu débil, inferior
sería un peso insoportable. Entonces, podemos decir, que la idea del eterno
retorno, más que un conocimiento teórico, es una nueva forma de ser y de sentir
del hombre, del Übermensch. Este
hombre superior, ya no vive el tiempo de una manera angustiosa, no piensa en el
tiempo, mientras que este se le va pasando, sino por lo que se vive, por la
manera en que se vive. El eterno retorno nos habla de un hombre que es capaz de
repetir su vida de nuevo una y otra vez, demostrando así, nada más y nada
menos, que un cambio de actitud para con la Naturaleza.
Esta
idea del Eterno retorno, nos ofrece la oportunidad de rehacer camino, de pensar
en hacer cosas de las que pudiéramos estar "siempre" orgulloso.
En eso, es en lo que radica su valor.
Esa es la oportunidad que el Eterno retorno ofrece a la humanidad.
Nietzsche vio en
la vida una tragedia cruel y profunda. Vio en el hombre un proyecto. Un hombre
superior, que se supera día tras día, sabiendo que su única meta es la muerte.
Sabiendo que ese saber es el que le lleva a ese querer vivir la vida. Las
cartas están echadas, y él dispone sólo de las que tiene en la mano. Y sólo con
esas puede jugar. Puede hacer de ese juego un disfrute o tirar las cartas y
rendirse ante la evidencia. Pero ojo, que no estamos ante una vida llena de
desenfreno total, sino ante una vida de Selbstüberwindung,
del control de sí mismo, donde el camino es lo bello en sí, no la meta.
En primer lugar,
porque la única meta que hay al final es la muerte, y en segundo, porque el
hombre siempre será un proyecto, siempre podrá mejorar. Y siempre podrá
mejorar, porque es humano y como humano que es, en su camino hay tentaciones
que le harán pararse, que le harán retroceder, pero también harán que siga
adelante, siempre y cuando que opte por vivir su vida y ser lo que es.
Podemos pasarnos
tota la vida lamentándonos del destino, intentar en vano de mantener ese cuerpo
joven, maltratándolo con ese culto al cuerpo que estamos viviendo en la
actualidad, con idas y venidas a las clínicas de cirugía estética, o podemos
tomar ese cuerpo, que sufre, que envejece y que finalmente muere, como fuente
de la que emana fuerza y la sed del disfrute. Haciendo así de la vida una vida
que merecería la pena de vivirla de nuevo. Aceptando su carácter trágico,
siendo el señor, el dueño, de sí mismo.
Es ese cómo el
que Nietzsche ve necesario de cambio. Ese cómo es, en definitiva, el hombre y
el eterno retorno de Nietzsche que se ha querido resaltar aquí.
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