sábado, 3 de junio de 2017

Condenados a la libertad - Sartre




Sartre se caracterizó por ser el principal representante y difusor del pensamiento existencialista.
La respuesta existencialista nace como protesta a los acontecimientos horribles que dominan la primera mitad del siglo XX, y también de las dos corrientes filosóficas predominantes a comienzos del siglo XX (idealismo de origen hegeliano y mecanicismo positivista), que habían mantenido el criterio común que considera al sujeto humano como un ser pasivo, carente de esencia y personalidad. Respuesta que considera al hombre como actor de su propia historia, abandonando así la actitud distante de la filosofía tradicional que analiza al hombre como espectador de los acontecimientos.
Se trata de una corriente filosófica que, si bien, surge en Europa en el siglo XX, sus antecedentes se remontan al siglo XIX con Kierkegaard. A este movimiento pertenecen filósofos como Heidegger, Jaspers, Sartre, Simon de Beauvoir, Camus, etc.
Los temas sobre los que reflexiona el existencialismo se mueven alrededor del hombre y de la realidad humana. Dando prioridad a la existencia sobre la esencia, a la vida sobre la razón (rechaza la abstracción), a la praxis sobre la teoría, y a la libertad sobre la determinación.
Es aquí donde debemos situar a Sartre, contribuyendo en la formación y desarrollo de dicha corriente filosófica, con obras filosóficas, pero sobre todo con obras literarias, con las que logró mayor influencia y difusión.
Lo que más destaca de su pensamiento es su ontología fenomenológica, con su relación sujeto-objeto, que se muestra en la consideración de la conciencia, en su estructura intencional. Objeto, sujeto, son, pues, los dos polos de esta ontología. Siendo el objeto el ser-fenómeno que aparece a la conciencia. El fenómeno, lo dado a la conciencia, no es “lo-que-aparece”, sino simplemente lo que se muestra. Lo que aparece es, y el ser o lo que es, es lo que aparece.
Esta descripción fenomenológica le lleva a distinguir entre el ser en sí y el ser para sí. En realidad el ser en conjunto consiste en una relación dialéctica entre estos dos polos: el ser y la nada.
El ser en sí es el objeto, la cosa. Es una entidad densa, encerrada en sí misma, no mantiene relación con ningún otro. El ser es lo que es, y nada más. No existe fuera de sí y se agota en sí mismo. No puede llegar a ser otro, y de esta carencia de relación se explica su posibilidad de no ser conocido (incognoscibilidad).
Este ser no es todo el ser. Existe una extraña relación de ser y no ser: el ser para sí, que es la conciencia o realidad humana. Estamos ante un ser incompleto, no acabado, que ha de realizarse. Que es, sobre todo, conciencia de la nada, puesto que puede ser de otra manera. Pues, aspira a otro ser. En el ser para sí encontramos el no ser. Que no es nada, que es un proyecto que existe en la medida que se realiza. El hombre debe romper la opacidad del ser en sí para relacionarse con el mundo, con la temporalidad concreta.
Sartre identifica la nada con la libertad, es decir, el hombre siendo nada, tiene que existir en una actividad, en una serie de actos que él mismo elige para llegar a ser él mismo. La nada puede llegar a ser, porque tiene en ella la posibilidad, la capacidad de realizarse a sí misma. La nada es el hombre. El hombre es angustia. La angustia de la libertad de elección. De ahí la famosa frase de Sartre: "estamos condenados a la libertad". ¿No podríamos decir que estamos condenados a la nada? El concepto de libertad existencialista lo reconocemos bien en el verso de Machado “se hace camino al andar”. Pero ¿qué camino se hace? ¿Hacia la muerte? ¿Devuelta a la nada?
Sea como fuere, lo que en verdad quiere es ser-en-si-para-si, es decir, una libertad que sea su propia fuente necesaria de ser. Ahora bien, esta es precisamente la definición de dios. “El hombre es fundamentalmente el deseo de ser dios". Según Sartre, en cada acto que realizamos tratamos de convertirnos en dios. Pero el problema es que nadie puede convertirse en dios, ni siquiera el propio dios. Cuando vivimos una existencia auténtica también somos conscientes de nuestro límite, la muerte, la nada. La angustia y la nada son, para Sartre, el destino de la humanidad. La nada en el origen y en el fin. No cabe la menor duda, que tanto para Heidegger como para Sartre el ser humano es un ser para la muerte.
Sarte, plantea una visión nueva de la realidad humana y con ello plantea más interrogantes de los que soluciona.
Excluye la cuestión de "¿por qué hay ser?”, pero no la pregunta de, "¿por qué hay conciencia?" Cierto es que relega las hipótesis explicativas al terreno de la "metafísica" y dice que la "ontología" fenomenológica no puede responder a esta cuestión. Pero propone que todo ocurre como si el en-sí, en un proyecto de fundarse, se transformara en el para-sí. El cómo pueda tener el en-sí tal proyecto, no queda muy claro. Es como si el ser-en-sí tratara de tomar la forma de conciencia sin dejar de seguir siendo en-sí. Pretensión que nunca puede cumplirse. La conciencia existe sólo mediante una continua separación o distanciación del ser. Una continua separación de la nada que la separa de su objeto.
El aporte más valioso que nos da Sartre, es sin duda alguna el rescate de la individualidad. Nos enseña a enfrentarnos con nosotros mismos. Estamos ante una exaltación de lo humano. El hombre es lo único que importa. Toda su obra tiene como finalidad el logro de la liberación del individuo.
Pero, ¿cómo encontrar la salvación del hombre en una libertad “para nada”, en una libertad que es exilio y en una libertad que es ante todo una condena?
El existencialismo de Sartre lleva a un marcado pesimismo. El mundo de Sartre carece totalmente de atractivos y en sus obras encontramos los aspectos más duros y desagradables del mismo.
La filosofia de Sartre es bastante radical sobre la existencia del hombre y su finalidad en el mundo. Puede ser considerada por muchos como una postura pesimista e individualista, pero lo que no se puede negar, es su originalidad y su validez
Podemos o no estar de acuerdo con él, pero no podemos negar el hecho de que no debe ser ignorado.

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