Sartre se caracterizó por ser el principal
representante y difusor del pensamiento existencialista.
La respuesta existencialista nace como protesta a los
acontecimientos horribles que dominan la primera mitad del siglo XX, y también de
las dos corrientes filosóficas predominantes a comienzos del siglo XX
(idealismo de origen hegeliano y mecanicismo positivista), que habían mantenido
el criterio común que considera al sujeto humano como un ser pasivo, carente de
esencia y personalidad. Respuesta que considera al hombre como actor de su propia
historia, abandonando así la actitud distante de la filosofía tradicional que
analiza al hombre como espectador de los acontecimientos.
Se trata de una corriente
filosófica que, si bien, surge en Europa en el
siglo XX, sus antecedentes se remontan al siglo XIX con Kierkegaard. A este
movimiento pertenecen filósofos como Heidegger, Jaspers, Sartre, Simon de
Beauvoir, Camus, etc.
Los temas sobre los que
reflexiona el existencialismo se mueven alrededor del hombre y de la realidad
humana. Dando prioridad a la existencia sobre la esencia, a la vida sobre la
razón (rechaza la abstracción), a la praxis sobre la teoría, y a la libertad
sobre la determinación.
Es aquí donde debemos situar a
Sartre, contribuyendo en la formación y desarrollo de dicha corriente
filosófica, con obras filosóficas, pero sobre todo con obras literarias, con
las que logró mayor influencia y difusión.
Lo que más destaca de su pensamiento es su ontología
fenomenológica, con su relación sujeto-objeto,
que se muestra en la consideración de la conciencia, en su estructura
intencional. Objeto, sujeto, son, pues, los dos polos de esta ontología. Siendo
el objeto el ser-fenómeno que aparece a la conciencia. El fenómeno, lo dado a
la conciencia, no es “lo-que-aparece”, sino simplemente lo que se muestra. Lo
que aparece es, y el ser o lo que es, es lo que aparece.
Esta descripción fenomenológica
le lleva a distinguir entre el ser en sí y el ser para sí. En realidad el ser
en conjunto consiste en una relación dialéctica entre estos dos polos: el ser y
la nada.
El ser en sí es el objeto, la
cosa. Es una entidad densa, encerrada en sí misma, no mantiene relación con
ningún otro. El ser es lo que es, y nada más. No existe fuera de sí y se agota
en sí mismo. No puede llegar a ser otro, y de esta carencia de relación se
explica su posibilidad de no ser conocido (incognoscibilidad).
Este ser no es todo el ser.
Existe una extraña relación de ser y no ser: el ser para sí, que es la
conciencia o realidad humana. Estamos ante un ser incompleto, no acabado, que
ha de realizarse. Que es, sobre todo, conciencia de la nada, puesto que puede
ser de otra manera. Pues, aspira a otro ser. En el ser para sí encontramos el
no ser. Que no es nada, que es un proyecto que existe en la medida que se
realiza. El hombre debe romper la opacidad del ser en sí para relacionarse con
el mundo, con la temporalidad concreta.
Sartre identifica la nada con la
libertad, es decir, el hombre siendo nada, tiene que existir en una actividad,
en una serie de actos que él mismo elige para llegar a ser él mismo. La nada
puede llegar a ser, porque tiene en ella la posibilidad, la capacidad de
realizarse a sí misma. La nada es el hombre. El hombre es angustia. La angustia
de la libertad de elección. De ahí la famosa frase de Sartre: "estamos condenados
a la libertad". ¿No podríamos decir que estamos condenados a la nada? El
concepto de libertad existencialista lo reconocemos bien en el verso de Machado
“se hace camino al andar”. Pero ¿qué camino se hace? ¿Hacia la muerte?
¿Devuelta a la nada?
Sea
como fuere, lo que en verdad quiere es ser-en-si-para-si, es decir, una
libertad que sea su propia fuente necesaria de ser. Ahora bien, esta es
precisamente la definición de dios. “El hombre es fundamentalmente el deseo de
ser dios". Según Sartre, en cada acto que realizamos tratamos de
convertirnos en dios. Pero el problema es que nadie puede convertirse en dios,
ni siquiera el propio dios. Cuando vivimos una existencia auténtica también
somos conscientes de nuestro límite, la muerte, la nada. La angustia y la nada
son, para Sartre, el destino de la humanidad. La nada en el origen y en el fin.
No cabe la menor duda, que tanto para Heidegger como para Sartre el ser humano
es un ser para la muerte.
Sarte, plantea una visión nueva de la realidad humana
y con ello plantea más interrogantes de los que soluciona.
Excluye la cuestión de "¿por qué hay ser?”, pero
no la pregunta de, "¿por qué hay conciencia?" Cierto es que relega
las hipótesis explicativas al terreno de la "metafísica" y dice que
la "ontología" fenomenológica no puede responder a esta cuestión.
Pero propone que todo ocurre como si el en-sí, en un proyecto de fundarse, se
transformara en el para-sí. El cómo pueda tener el en-sí tal proyecto, no queda
muy claro. Es como si el ser-en-sí tratara de tomar la forma de conciencia sin
dejar de seguir siendo en-sí. Pretensión que nunca puede cumplirse. La conciencia
existe sólo mediante una continua separación o distanciación del ser. Una continua
separación de la nada que la separa de su objeto.
El aporte más valioso que nos da Sartre, es sin duda
alguna el rescate de la individualidad. Nos enseña a enfrentarnos con nosotros
mismos. Estamos ante una exaltación de lo humano. El hombre es lo único que
importa. Toda su obra tiene como finalidad el logro de la liberación del
individuo.
Pero, ¿cómo encontrar la salvación del hombre en una
libertad “para nada”, en una libertad que es exilio y en una libertad que es
ante todo una condena?
El existencialismo de Sartre lleva a un marcado
pesimismo. El mundo de Sartre carece totalmente de atractivos y en sus obras
encontramos los aspectos más duros y desagradables del mismo.
La filosofia de Sartre es bastante radical sobre la
existencia del hombre y su finalidad en el mundo. Puede ser considerada por
muchos como una postura pesimista e individualista, pero lo que no se puede
negar, es su originalidad y su validez
Podemos o no estar de acuerdo con él, pero no podemos
negar el hecho de que no debe ser ignorado.
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