Cuando leemos a
Nietzsche, en seguida nos damos cuenta que no estamos ante un filósofo más. Que
para empezar, ni siquiera nos ofrece un sistema de pensamiento o un conjunto de
doctrinas, como sería de esperar, para que estas sean aceptadas, desarrolladas
y difundidas. Y por si eso no fuese ya suficiente para descolocarnos, tenemos
también su peculiar y aforístico estilo
de escribir, que sin duda alguna no es nada fácil de digerir.
Todo esto y
muchas otras cosas, nos muestran que Nietzsche buscaba un determinado tipo de
lector. Un lector que supiese ir más allá de la provocación, de la irritación o
incluso de la seducción de su palabra, pues, ¿quien no se ha sentido así,
provocado, irritado o seducido al leerle por primera vez?
Lo que Nietzsche
busca, son mentes abiertas, libres, fuertes y con voluntad, preparadas para
jugar un juego arriesgado que obliga a revisar nuestras convicciones
habituales. Su intención no es sólo transmitir o comunicar determinadas ideas,
sino ante todo producir un sentido nuevo, que no es otro que vivir la vida.