Algunas veces soy consciente de que formo parte de esa particular liturgia concelebrada que se da entre la vida y la muerte; esa liturgia del ser y la nada; de lo humano en cuanto humano; de lo humano-divino y de lo divino-humano. Esa liturgia, que es la liturgia de lo absoluto, vagamente caracterizada y limitada, no solamente delimitada o configurada sino, sobre todo, desfigurada por el relativismo, que determina todos los significados.
Relativismo disfrazado por los sentidos y que confunde a través de ellos. Relativismo que es unidimensional y que se manifiesta como si fuese único y así poder aparentar la propia individualidad, perdiendo definitivamente el horizonte; ocultando, sutilmente disfrazado bajo la sombra de una duda, la realidad: eso que <<limita con el límite>>; eso que se <<oculta en el ocultamiento>>, que se esconde entre los laberínticos entresijos del propio ocultamiento y que únicamente puede callarse y ocultarse. Liturgia que ofrece y que no participa; liturgia oscurecida por la racionalidad que es sólo de la razón; razón que se resiste a ser alterada. Liturgia que revela sin demandarlo la quintaesencia de la existencia: que simplemente es. Liturgia confundida en la vida con la vida, que siempre pasa, y así, sucesivamente, hasta siempre. Vida que no es vida porque carece de sentido; sentido que rompe el orden preestablecido. Sentido que son sólo ejemplos; ejemplos que van adquiriendo gradualmente conciencia de la absurda diferencia entre sus exiguas esperanzas y su realización, más exigua todavía. Ejemplos que son ilusiones ilusorias de paraísos nunca soñados, paraísos que, sin embargo, son reales. Ilusiones que son palabras; palabras que son imágenes: imágenes que desdicen lo que siempre se ha pensado; lo que nunca se ha querido decir. Imágenes que consumen lo que siempre se ha visto para forzar una quimérica salvación. Salvación que nos introduce en la semántica del perdón; perdón que es sacrificio, conciencia, sufrimiento, disertación, locura, introspección, sueño. Sueño que no es más que soñarse a sí mismo. Soñarse, que es carcoma, codicia, corrección, penitencia, trabajo, aflicción, codicia, soberbia, vanidad: voluntad, concentración, libertad.
Imágenes grotescas; visiones desplazadas de su sentido lógico; imágenes que son sin embargo reales, aunque sean la realidad velada y confundida, pero no por ello olvidada, mas sí repartida y separada.
Vulgar solaz ante la duda del propio yo. Monólogo que no puede decir de sí mismo porque suscita la duda del mundo exterior como defensa contra el medio que lo rodea. Anhelando, por encima de cualquier otra cosa, el silencio de ese mundo, de este mundo. El silencio que se resiste a ser habitado; el silencio que espera ser descubierto y poseído, con el fin de encontrar la novela de sí mismo: la imagen en torno a su identidad. Identidad que es contradicción; contradicción que es comparación; comparación determinada por la comunicación. Comunicación inútil, porque engaña. Comunicación que es encuentro; encuentro con ningún otro: extraño ejemplo de su doble; de su doble que es su idéntico. Identidad inherente con uno mismo; inherencia que no es verbal y que es el otro y por eso también es parte de su propia identidad. Inherencia contrastada, disfrazada. Inherencia que es inmanencia. Inmanencia que no es esencial y que sólo puede vivir <<de>> y <<con>> palabras. Palabras que no son de otros sino mías; palabras que son principio; principio que no es discurso. Discurso que es tiempo. Tiempo que es diferencia; diferencia que es sólo escritura. Escritura que es real. Realidad que es sólo coincidencia. Coincidencia que es perplejidad. Perplejidad por saber que hay una eternidad que empieza y otra que termina. Perplejidad entre Dios y el hombre. Diferentes formas de significar lo mismo, de mostrar la profunda relación que hay entre <<uno>> y <<otro>>. La diferencia entre el exceso absoluto y la razón que está más loca que la locura. ¿Acaso la locura no es sino un modo de evasión de la realidad, de esta exigua realidad? Locura que es construcción. Construcción de un mundo idéntico a lo que creemos, que es lo aprendido, lo enseñado. Lo secularmente correcto
Originaria identidad en la que se crea la libertad. Libertad pensada, que no creada, y por ello irreductible al principio de no contradicción; irreductible a la causa de su misma identidad. Identidad de la no presencia que no es ausencia ni oscuridad, ni vacío, sino simple carencia de evidencia o simple sencillez de la afección, aun siendo antes de cualquier manifestación. Manifestación que es palabra; palabra que es pensamiento; pensamiento que es soledad. Soledad que es y que no necesariamente necesita ser, pero es, a pesar de todo. Pensamiento que es delirio. Delirios plenos de angustia, de vacío, de lo innombrable por increíble. Angustia que redime la existencia manipulando la costumbre y metamorfoseándose en lo que se necesita creer. ¿Hablamos de religión? Vértigo incontrolado por ver, por haber visto lo prohibido; supuesto desequilibrio de la razón que, habiendo conocido la realidad no halla palabras adecuadas para juzgarla, para determinarla, para describirla, para distinguirla. Palabras que son números, o números que son ideas. Ideas que son melodías; melodías que se repiten sin cesar. Pretendida armonía de los contrarios; armonía que es continuidad, rigurosamente cierta e inamovible; a veces indecible, otras, incomprensible y, siempre, igual a sí misma.
Pensamiento que no tiene por qué ser cognición; o cognición que no ha encontrado todavía su pensamiento, o el pensamiento del otro; o nuestro propio pensamiento, que sigue preso, como en todo tiempo, de un cierto sentimiento de dualidad, por eso es pensamiento. Dualidad que es principio; principio que es ilusión; ilusión que es fundamentación. Fundamentación que es funcional. Funcionalidad asentada en el tiempo; un tiempo que es formal y que solo sirve para envolvernos con el velo de la diferencia, infinitamente finita. Diferencia que reivindica el movimiento infinito o el movimiento del infinito, o de lo infinito, o de lo que constituye la propia imagen del pensamiento: lo no pensado en el pensamiento. Conceptos que remiten más allá de sí mismos a una profundidad última que los hace posibles y los sostiene.
Es la lucha contra las formas y los nombres hasta lograr su desaparición mediante la comprehensión de su origen a través de ese peculiar isomorfismo entre el lenguaje y la realidad y que se lleva a cabo para tratar de desprenderse de la carga objetivista e imparcial con que se cubren las tendencias asumidas como propias. Las tendencias creadas a partir de los conceptos conocidos desde siempre y los conceptos vividos, que son todos los conceptos sentidos, o más bien a pesar de los sentidos, que son los sufridos. Es el inevitable producto final del proceso del sentimiento de diversidad objetiva: la diferencia entre tú y yo.
En fin, es el enigma de la presencia, que es conciencia; conciencia que busca y necesita la soledad; soledad que es tranquilidad; tranquilidad que es ecuanimidad; ecuanimidad que es constancia; constancia que es entrega; entrega que es fe; fe que es amor. Amor que es, otra vez, pensamiento. Pensamiento que es enigma, enigma que no es más que una provocación de la escritura; que no es palabra sino sentido de la escritura propia y de la escritura que suscita la lectura: de la diferencia que separa la palabra de la lectura. Palabras muertas después de haber sido escritas. Palabras vivas mientras se las está leyendo. Y de aquello que no puede ser interpretado, menos expresado, con palabra alguna. Aquel sentimiento que carece de pensamiento; aquella afirmación anterior a todo término.
Esfuerzo inútil de la mente. Dificultad impuesta por la realidad, evidente y dispersa. Acuerdo entre la diferencia; la diferencia en la escritura, o con la escritura. La identidad con lo que se escribe y con lo que se lee; la dificultad para significarlo: la diversidad de la propia realidad, que es única e inmutable. Unidad que conduce a la obcecación, incluida la idealización, la abstracción, la resolución y la deducción: la pura racionalidad.
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